martes, 26 de julio de 2011

Sofía Mignacca - Córdoba Capital.

Parámetros XI

Un sólo corazón roto tiene las mismas proporciones que todo el espacio que sobra en la cama y ahí se queda, no dejando entrar a nadie ni nada más.



La luz

Para M.

Ahora sé que se puede caminar muchísimo más rápido. Paso, paso, paso. Super rápido, si quisiera más rápido podría más. Y qué rápido! Tac tac tac. Un paso otro paso otro paso otro paso. Rapidísimo. Ahora descubrí esa velocidad supersónica de mis piés.

Ahora sé que se puede congelar la sonrisa y mantenerla como para foto por todo el tiempo que se tenga ganas.

Ahora conozco como suena la voz de la persona que vive acá adentro.

Ahora entiendo la palidez de la gente. ¡Pobre la gente!

Y en algunos lugares los cortan con vidrios o con piedras. ¿Y de dónde sacan el vidrio?

Por hacer de cuenta que uno vive, se pierde de saltar.

Y a los merecedores de mis más profundos respetos, los artistas, les pido que no estén tan tristes.


Rock and roll

Las grietas en el jabón te dicen que el tiempo pasó y pasó.
Decís que no querés compromisos pero reservaste sushi y champagne para los próximos dos agostos.
Tu lado artesanal hizo una máscara gélida para que saludes a la gente.
Y coquetear con los animales del zoológico no va a salvar a tu almohada de tu puta humedad.
Tirate al infierno de cabecita que es mejor que venga a vos la montaña.
No sigas esperando ser la brisa que mueve la hoja ni la hoja que corta a la brisa en dos.
Porque ya fuiste hoja y fuiste viento y resultó el bailecito más lastimoso de la historia universal.


Los ingredientes

En el mercado de la brujería, los ojos verdes son codiciados. Él debe siempre intentar pasar desapercibido, está en constante riesgo por los tenedores asesinos que se clavarían en sus córneas de sólo verlo y a todos los amores debe hacerlos con la luz apagada.

Es interesante... Porque en el otro lado del universo sus ojos verdes lo convertirían en un monarca con tanto poder que podría mandar a la hoguera a todas esas sádicas hechiceras.

No lo sabe él.

El día que un juglar pase por su lado cantando esas noticias, él ya no tendrá que agachar la cabeza cada vez que anda caminando por la calle. Perderá el miedo. Será el rey. Sus ojos verdes brillarán toda su luz sobre la tierra.


Ya no puedo escribirte poemas

Me satisfaría ir
tumbarte la puerta
meterte una trompada
violarte
y meterte en una jaula.


Ay, eso me haría tan bien.
Suspiro.



Tragedia cuarta


Con la posmodernidad casi perdida en el camino, con la globalización prácticamente digerida y con el calentamiento del planeta que nos tiene incinerados a punto caramelo...

Aún así, seguiremos por los siglos de los siglos siendo catalogados, etiquetados, clasificados y definidos bajo el troglodita rótulo de la apariencia.

lunes, 25 de julio de 2011

Emilio Fijnik

Fragmentos de: diarios de emilio

día CVIII bis

hechizado, sentado al borde de la estación / observa a victoria caminar sobre las vías / un paso atrás otro adelante / y se pregunta: / hasta cuando / evitaré los trenes que vendrán? / hasta cuando / sostendré la escalera para que alcances las muñecas? / hasta cuando / mis ojos contendrán la angustia de los tuyos? / dudas del hechizado / que baja y ofrece su mano / para que camine derechita sobre el riel / los ojos fijos en las golondrinas que vuelan allá lejos // pero hechizado se engaña las preguntas / convencido como está del amor y recovecos / lo no dicho surge de su pozo / se esparce como veneno de grosella: / hasta cuando / verás mi imagen reflejarse entre tus días? / hasta cuando / compartirás tu mano tus ojos tus pasos / sobre el manto amarillo del desierto? / hasta cuando / duran los hechizos / de niñeces de cuento alegoría? / cuando crezcas y seas finalmente / la guerrera la reina la tremante hechicera que ante los astros se posternan / ¿me verás a mi o me desharé / fino espejismo del paisaje de tu vida / sin necesitarme ya / sin espejarte?

día CVIII

la ciudad es fría en los bordes / un remache de hierro clavado en la nieve / corta empaña aturde / los sentidos los deseos las justas decisiones / mientras viajo a la carrera entre barrios que me ascechan / en el límite impuesto a este corral / por el borde hacia el borde / centrífugo centrípeto que arrastra / vidas sueños letanías / contra los taludes de gral. paz

día CIV

¡hay que largar lastre! ¡hay que dejar peso! / azuza el hechizado no se sabe a quien / pero se las arregla : / lanza víveres bolsas de arena ropa un marcapasos / al abismo / pero el globo no se eleva / ¡que no toma altura, que nos quedamos! / anda el hechizado veloz en la barquilla / cajas de libros abajo pilas de discos abajo latas de filmes también / y ahora el globo quiere ganar altura / pero no alcanza / ¡con lo imprescindible solo! ¡con lo necesario! / documentos filiatorios partidas de nacimiento escrituras carnets de afiliación de vacunación / entramos en zonas de corrientes convectivas / todavía vacilante va / ¿hay mas cosas por lanzar? ¿nos olvidamos de algo? / padres hermanos hijos parientes amigos compañeros / y los picos mas grandes se alejan de sus pies / pero el problema insoluble sigue al frente / ¡claro, lo esencial también es auxiliar! / pelo uñas carne los dedos de los pies / el cuerpo todo cae como marioneta como maniquí apuñalado por la espalda / y ahí si ahí / se logra ver se alcanza / a vislumbrar la claridad al borde / del farallón de la nada / contra el que la vida todas las vidas chocan / de modo inexorable... / / (¿podrás quitarte lo último de vos / palabras gestos ideas sensaciones / y sobrevueles el obstáculo insalvable / oh , hechizado?)

día XCIV

hoy las necesito / úsenme háblenme canten por mi / hoy me entrego a ustedes / que sea arca nave de los locos barquito de papel / profecía endecha filacteria / circulo de protección / instrumento / luz de noche fanal faro de los extraviados / hoy busco su guía hoy rindo mis baluartes hoy pacto armisticio / hoy / me ofrendo me humillo / como cualquier cófrade acólito compañero camarada / hoy soy juan el bautista flor azteca cabeza parlante / hagan de mi lo que saben hacer

día LXXXIII

todas esas rosas que te cubren/ colordolorolor / ese vestido infantil esas enaguas/ esa espalda lastimada / esos tajos hasta la luz / arderasgarcansar / todo este lenguaje contenido / comprimido aquí disociativo / como trémolo como flecha lanzada / vivirhuirmorir / si la belleza es blanco

día XLV

la percepción del viaje: / los ojos zigzagueantes en el paisaje / la mirada móvil sobre la ventanilla: / acuario dinámico / todo velocidad todo frenesí / todo peces de ojos halógenos / cardúmenes en el tráfico oceánico / entre farallones urbanizados en la noche abisal

día I

el precio del despojo que pagamos
por encontrar el predio del olvido
donde enterrar aquí ahora siempre
es justamente en cantidad y peso
lo que nos cobra el barquero del infierno

miércoles, 20 de julio de 2011

Vanesa Salazar - Córdoba Capital.



dEnunciaciones


De todas
las que soy
y las que fui
a algunas
les asumo los errores
pero a ninguna
a ni una sola
de nosotras
le admito
el imprudente filo
que embosca en lo no dicho.


Fundamento

A Leo Mercado, capitán de barco, navegante de azares y reinosunidos

Sangrar la letra
azotarla en tramoyas
a que alambique
dejarla escurrir
a que sublime
gota
a
gota
palabra a palabra.


Horámica

(1)


Dejar que le crezcan
los llantos
a la noche.


Versus y dimisión

Los diablos han invadido mi cama
y arman ritos y festejos al son de cascabeles
y tambores.
Han invadido.
Y me entrego
como prisionera de guerra, exhausta,
y depongo el recato y la decencia.
Menos mal.


Acción limpiadora sin efecto residual

Hoy termino de barrer
las pelusas de tu amor
bajo mi cama.
Y es que no quedaron
dentro
sobre
u ojalá entre
sino bajo…
sin sospechar mis labores detersivas
de cauterizante y fragancia floral.


Gesta

Soy una mujer que escribe
en la arena sentada.
Me impregna las caderas,
me irrumpe la juntura
del celo y el recelo,
mi letra incubada en la sal.


Combustiones

La elección más ritual
de la madera más seca
y el gesto más preciso:
la chispa del comienzo.


Cambios Climáticos

a Susan

A veces
la vida
se me amanece
irrespirable
de efecto invernadero exacerbado
de probables huracanes del oeste
e irrefutables
cuarenta y dos grados a la sombra.
Pero otras
simplemente
la vida me amanece.


Abstenido

Tu monocroma
dieta
de sabores

sin sexo
y tu rutina
obstinada
de tentempiés de oficina,
me obligan
a llevarme las mieles a otro lado
y dejarte
insípido
sin mi cuerpo gourmet.

lunes, 18 de julio de 2011

FRANCISCO JESÚS MUÑOZ SOLER - Málaga, España

extractos de: SELECCIÓN NATURAL

PORQUE ES BREVE

Porque es breve,
cruel, terrible e inclemente
la vida que nos toca vivir,
debemos agarrarnos a ella
para que en el día
de nuestra propia muerte
sepamos que al menos
tuvimos la dignidad
de querer vivirla,
de ser reyes de un minúsculo
pero espléndido fulgor.


LA DENSA CORPOREIDAD DE MI MEMORIA


La densa corporeidad de mi memoria
bulle en el hermoso caldero
donde se cuecen los olores
de mi realidades y sueños,
es tanto su bagaje y la fina línea
entre verdad y ensoñación
es tan imperceptible
que se han mezclado
formando un magma
tan verdadero y lúcido
que no se podrían rescatar
sus sabores y texturas originales.



NACE NOVIEMBRE


Nace Noviembre en un otoño
preñado de primavera
donde sólo los ocres matices
de los otrora verdes revelan
la estación verdadera de nuestras esencias,
todavía insufladas por enormes deseos
de fortalecer y gozar
de nuestras presencias enraizadas a la tierra,
en este Noviembre que nace apacible
las señales repentinas del viento
que aligeran las copas de los árboles
nos recuerda la brevedad del gozo
y nuestras razones primeras,
las que han ido trazando el sentido
y la dirección de la búsqueda
de esa felicidad singular
que va gratificando nuestras raíces
y a la vez fecundando nuestros vástagos,
y las frescas madrugadas
que nos obligan a arropar
nuestras intimidades
con sentimientos y hechos
para cuando Noviembre se encamine
en el tiempo y las plateadas nevadas
cubran las exiguas ramas
que nos adornan y conforman
tengamos ese punto de satisfacción
que confiere un buen sustento
sin sentirnos colmados
pero con el paladar
y todos los sentidos plenos,
en buena compañía irnos
entregándonos en libertad
en vencida vigilia.


LA LENTA HUIDA DE LAS HORAS

“Huye sin percibirse, lento el día,
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca…
FRANCISCO DE QUEVEDO

I

En entrañable escenario de urbano desierto
retirado en la paz que de su claridad mana,
a través de sus profundas ventanas
mi música callada y mis argumentos,
intento llenar de dicha mi ánima, fortalecerla
con baños de contemplación y ricos recuerdos
aderezados con bellos y canoros ritmos
intenso soñar de vibrantes y enfebrecidas olas
“que mejora la lenta huida de las horas.”

II

Alimento engañado para orugas en silencio
germino en fugaces días, aunque no me lo creo
a pesar que saludo a la parca en confianza
nos conocimos en puntuales y amargos eventos
pero ha ido aminorando su distancia
conforme le crece su capa de mortaja
“que barnizará con el sedimento de mi limo.”

III

Vencer ese temor de miserias y espantos
ese espacio tenebroso de desconocidas ascuas infinitas
que nutrimos al dictado que todo lo iguala
cuándo me enfrente le diré, serás mi consuelo
llévame a tu mar de continuas pérdidas
allí encontraré sustento, la gracia
“que elevara mi ánima con pies de barro.”

ZIGZAGUEAR LOS INACABABLES Y CERTEROS PEDREGALES

La tristeza no se acaba nunca, la felicidad si.
Por eso no disfrutarla cuando llega, es el
mayor de los desperdicios.
VINICIUS DE MORAES


Zigzaguear los inacabables y certeros pedregales
que afligen y acompañan nuestras vidas,
descalzándonos en la fugaz y trémula dicha
y traspasadoras caricias de mullidos helechos
penetren por los arcos de los pies
hasta besar en el libro de nuestros sentimientos,
esos intensos y penetrantes momentos
ese roce, ese beso, esas miradas recíprocamente entregadas
que indelebles configuran esenciales recuerdos,
tener plena conciencia de sentimientos únicos
donde el despilfarro no tiene hueco.


SENTIRLA COMO LA SIENTO

Sentirla como la siento
es apagarse y a la vez fulgir
siento la transformación en mis adentros
como su sangre me inunda
circulando por mis venas
y su sudor transpira por mi cuerpo,
como su corazón palpita
en mi apasionado pecho
y como su mirada fija
el horizonte de mis sueños,
significa tanto para mí
que no tengo pensamientos
donde no esté presente
ni vida por compartir,
vivo en dos permanente.


CORPÓREA SONORIDAD DE SILENCIO

Corpórea sonoridad de silencio
anegada
por mis acuíferas lágrimas
y por tu mirada
anunciadora de un hueco
tan presente e invisible
como la desnudez
de mis anhelos
esos que crepitan
en la inexistencia de los secretos


CALCINARAN TODOS LOS PREDIOS

Calcinaran todos los predios,
los sueños y lo que haga falta
por obtener o mantener sus privilegios,
los encontraras embozados en todas las ideas,
en todas las esperanzas, en todas las fe,
transparentes, inocuos, pero sirviendo
el más dulce y corruptor veneno.
La injusticia tiene padres y lleva devorados
muchos mundos y siglos, y no tiene arreglo
porque nace en el fondo más hondo de la humanidad.
Mal que nos pese.
que nunca
nos tendremos.


NO QUIERO CONOCER LOS LIMITES

No quiero conocer los limites
de mi fonético mundo
abrazar las confortables cercas
que delimitan mi actual estancia,
quiero poseer una lengua
tan enorme y alta
que en la vertical de su espada
no se ponga el sol de las palabras,
amo la permanente incertidumbre
la que expande mis intangibles dominios
con avanzadillas de silabas
formando escuadras de ricos fonemas,
quiero doblegar todos los finisterres
domeñarlos en tierra fértil
de esponjoso limo y deleite,
que dejen de ser ignorados escenarios
de mis atribulados pasos
y si pasto devorador de mis vacilaciones
lumbre de atmósferas y significados
extensas formaciones de alejadas vertientes
de esdrújulas e irregulares componentes
que dote mi corporal mantra poético
de aletas, alas, branquias y vértigo,
un vértigo que recorra a latigazos
las membranas de mi poética
y de ellas broten mis sonoros silencios
arietes de conquista de adentros,
adentrarme en el infinito abierto
donde se esconden mis miedos
y con la espiral de mi léxico
succionar mi yo ignorado.

sábado, 16 de julio de 2011

Fernando Rosales

Poniente


Un árbol despliega su manzana
cielo que las contiene
debajo de todo hierba y madera

Silencio
vaivenes de las hojas
danzan entre la brisa sueña nada
la nada sueña y la pinta nueva

Es tan sublime el soñar
que caigo entre sus fauces
y este árbol como un martillo
un manojo de pinceladas
entre tus lágrimas
burlando el miedo

nada es amargura si la canta el sueño
el crepúsculo derretido
en un campo sobre una mano de girasoles
y la belleza pegada al espíritu que navega ella misma

claros pasajes que detentan colores aunténticos
y el pintor de tus sueños hace que duerme
y el amor coje con la lengua las esquirlas de mañana
despierta ante la niebla, tus piernas imposibles
el tempo inexistente
me lleva hacía delante el físico
hacía detrás lo interno
me voy a volar con mis alas de primavera
entre tu sueño que despierta nuestro sueño.


En la espera aún


Un lugar vacío que alguna vez llenó
Con su boca luna y su pelo sol
Su palabra poética luz
Que llevará su aroma, luz de albas
Ese espacio florido huerto y flor
Rebelde desde la mañana
desafía el todo, su lleno corazón
Toda su reminiscencia
Todo su frescor
Esta tarde huele a oliva azúcar también
Como un crepúsculo
Le rompe al alma a esta noche
A esta cierta eternidad
Donde aún figura entre sombras
Nuestro ultimo beso
Que nunca fue adiós


Simbología dual


Simbología dual, abstracción de opuestos,
cálido y que se yo…
Estar encuadrado, dentro del mundo,
Ventana cuadrada dentro del cuadrado
Ventana cuadrada al mundo…
Polos disociados, medias lunas llenas
Luz y sombra.
Todos los colores tienen grises,
desde azures melancólicos hasta pasionales lapislázulis
Todos los pensamientos son verdaderos,
si sueño que vuelo pienso que vuelo
Mentira o verdad, pensar, pasar, pasarse, pasearse, "pax ac artis.
Deshilacha, verborrea, estar dilucidando
Composición química de la mielina
Sustracción verbal desde ese vacío total.
La incertidumbre de lo enigmático sublimado,
no es ni sobre ni bajo, es con.
formas naturales de componer un mapa
un rompecabezas
al que cada día, minuto a minuto
van sumándose más y más piezas…
Hasta siempre que Natura quiera,
feliz sabiendo que nunca habrá un final
es la ambición como lei motiv del perfectivo
lo más cerca...
si, soy y hay poetas imperfectos
que en la suma de las partes
hacemos temblar convenciones.



Breves


La noche bebió su beso,
En una honda copa de nada,
Supo deshacerse de la verdad,
Supo dormir al alma.
Alquimia de sexo opuesto,
Color celeste del mar,
Cielo, linaje de nubes tiesas.
Mujer amada dame el silencio
De tu vientre.


*************


brilla la luna,
ausencia aparente solar
aunque el reflejo de su fuego
refulge en el ojo
de la oscuridad.


*************


el brío de las palabras
en el silencio del poema
si ahora alguien piensa en el sonido,
en el pasado,
las estrellas que vemos,
tal vez ya no existan
y solo son un reflejo
de la soledad.


*************


Flor, eres la muda testigo
Del parto natural de la muerte
Existencial de la semilla.
Oh por favor, dime como es.


*************


soy mejor actor cuando escribo,
también mejor músico cuando bailo.
Puede que me quede enamorado
Al pintar los paisajes de tus cielos
Hilos
Lilas.
Soles.
Miles de ojos me dan vuelta
Alrededor del escenario,
Mientras se balancea
En el opuesto, la gracia
De lo ilimitado.


*************


reciente error ocurrió
en el horario de la aparición
del espejo del sol,
quise encontrar el sueño
y me olvide de mi.


*************


el frío que hiere, hiela los ojos,
gélidos jadeos contenidos,
la causa noble y afín del amor.
Ilusión, idea.
Ven, vamos a columpiarnos,
Hasta marear a las nubes,
Acercándonos al comienzo.
Nosotros somos el reflejo
De cada una de nuestras partes.


*************


la noche descubría las ganas,
soledad con sabor a lo mismo,
algún café y frescor,
vi que salía rápido,
la seguí,
solo era su sombra.


*************


tal vez me halle convertido en luna
escalando tu cuello impertinente,
tu rosa escondida,
el cielo de tus ojos.
Clamorosos suspiros,
Emitidos a algún mar calmo,
Cuyo es el de dormir,
Mirando las estrellas
De esta noche a tu lado.

viernes, 15 de julio de 2011

Teodoro Duarte

Amanecer de primavera.


¿Dónde estarás
cuando
mueran
las palabras?
El momento
en donde
todo pierda significado.
Quisiera verte
huyendo
por los bosques
sin hojas.


Te buscaré
eternamente
con el afán
de la mañana,
sin éxito alguno
encontraré
tus ropas
entrelazadas
con pasto y lluvia,
en la desmesura
de mis sentires.


Destruiré el letargo
que nos dejó la luz
de un día otoñal,
lanzaré mi espada lunar
al viento eterno
y volaré al limbo.


Todo se llenará
de magia y sentir,
y seremos parte del universo.
Reiremos
y no se escucharán
nuestras carcajadas...




Un hombre que llueve, Gris.

Una página
de un libro antiguo
arrancada en sangre,
oxidada por lágrimas
de un elocuente
observador morboso,
que ya tiene el cierre bajo
y la mano jugueteando sobre su rodilla.


El día latiendo a su alrededor
con el suplicio de un corazón
devastado por el tiempo
y desamores, lloviéndolo por dentro.


Su opaca forma de percibir
lo hace sentirse neutro y "normal"
(Suponiendo que eso pueda llegar a ser algo),
y lo empuja hacia un vino berreta con gusto a moho
al que toma con gracia desbaratada.


Somnoliento,
desamparado,
vida hostil transitada,
y es una silla vacía frente a la ventana.
Es esa mañana que nace nublada:


los pastos mojados,
los colores resaltados,
las personas caminan cabeza a gachas,
las calles apestadas de barro.


El sufrimiento es una plaga
en él, que los días son penumbra
y un "quizás".


Los días le llueven parejo
cuando no sale de su habitación
nada se mueve, todo estático.


Algún día pensó en terminar con todo
lo que soporta, quiso salir a la calle,
y nada lo llena de fuerzas.


La lluvia lo corroe por dentro...


Colores


Me siento inmerso en una calle gris
decorada de caras grises, pintadas de colores
que buscan mostrar la irracionalidad que tienen los demás a la hora de existir.
Y son artífices de una existencia magra, escueta, llena de telarañas,
creyendo en un ente invisible (Fuera quién fuera) que los seca por dentro,
y deja surcos en sus caras desgastadas por los años de tragedia.


Veo como repelen sus sentimientos innatos, como queman sus pensamientos
con maquillaje, ropas y quién sabe cuanta insatisfacción procedente del afuera.
Intentamos conceder una pieza de la canción interminable a alguien que creemos amar,
descreyendo en el amor, sin saber qué es lo que verdaderamente sentimos
ya que lo que nos hace personas de bien (Si se quiere de esa manera) hacer todo por pensar,
y hacer, lo mejor posible, para poder ser quién nosotros añoramos.
¿Y si fuera que todo está predispuesto para que nosotros hiciéramos
para poder ser, dándole una forma más destinataria a nuestra vida,
a la cual nos vemos apegados sin la oportunidad de escapar a todo ello?
Quisiera poder refutar todo aquello, e idear concepciones más intrascendentes,
sé que no puedo, yo soy esto, la parte oscura del cuarto donde vivo. Eso soy.


Soy parte de aquellos estrategas que están en la tercera fila, que dejan su vida
inmersa en papeles y solicitadas de aquellos que mueren por un mundo nuevo,
masacrando toda aquella valentía que nos une con el vientre materno.


No puedo dejar de padecer de alegoría, la alegría que me otorgan las letras
es casta ante la nostalgia que, a la vez, me causan cuando sus mares de sentir.


Y sigo siendo parte del mismo deseo:
Ser aquella persona que intento,
y que escapa entre los dedos del ocaso.
Para estrellar contra la nada,
esa nada que nos caracteriza
y nos hace parte de su todo, lleno de nada
sin dejar de ser más que un enmarañado de circunstancias
inhóspitas sin relevancia.


Dejamos de soñar,
decepcionados
por
la
pérdida
de todo
aquello
que deseamos
y se nos hace
parte del aire,
y nos dejamos morir,
resecos,
inhalando el polvo
que expelemos
y se nos escapa.


Veo como pasan aquellos vestidos de colores,
haciendo que el gris pase desapercibido.
Haciéndome un observador obsecuente, lleno de lágrimas en el pecho,
rogando no morir jamás por miedo, renegando de mi vida insignificante...



No festejamos victorias


Pasó tiempo ya,
la guerra hizo
estragos
y se fue.


Las bombas
frías y almacenadas.
Los chalecos
son usados para galas,
ya todo descansa
y deja de morir.


Años enteros
nos han dejado
sequías y hambre.
El sur no existe,
y nuestro Dios
nunca mostró su sonrisa.


Nuestra realidad
es nuestras mentiras
"Pudimos haber muerto todos",
se repite una y otra vez,
aterrados de pensar en desaparecer
buscamos refugio en nuestras voces.


Todavía huelo
el pestilente perfume
que emanan los cadáveres.
No podemos celebrar
las bajas de nadie,
pero estamos contentos
de vivir, y seguir vivos,
llorando a los que ya no están.


Aunque nuestras esperanzas
sigan sangrando,
seguimos parados
viendo los dibujos
en las paredes destruidas,
cargados de lágrimas
y cayos perpetuos
en nuestras almas.


Hace tiempo
nuestras heridas
fueron cerradas,
las cicatrices se hicieron carne...

miércoles, 6 de julio de 2011

FEDERICO M. RODRÍGUEZ

Contacto: federo23@hotmail.com



SOJAK, EL PRISIONERO



TENÍA VEINTICINCO años cuando me mandaron a la Tierra del Fuego y tiraron mis huesos en un calabozo de reclusión solitaria. Fue el 6 de Agosto de 1905.

Un crimen me arrancó de Boedo y me trajeron encadenado a Ushuaia. Yo, José Sojak, el hombre invencible con el cuchillo, el macho que sabe la letra de todos los tangos, terminé acá, donde los vientos disgustan y deslumbran a los navegantes de ayer y hoy, donde la colonia de Sarmiento murió de hambre.

En los presidios están los hombres condenados a vivir aislados debido a algún delito cometido.
Crimen es una palabra amplia, por eso los presos la dividen jerárquicamente: yo no hablaría ni nunca sería amigo de un ladrón o un violador, no me rebajaría con aquellos cobardes que nunca vertieron sangre.
¿Por qué me encerraron?
Contar el proceso no me interesa, pero sepan que reaccioné como lo hubiera hecho cualquiera cuando le hablan mal del pasado de su madre: me insultaron, me arrinconaron y me tuvieron fiero, pero mi facón me salvó. Abrí el cuero de cinco fantoches armados.

El presidio me enseñó a vivir con la crema del hampa.
Recuerdo la seriedad de Banks. La repulsión que me causaban las historias de los clavos en la cabeza y otras crueldades que el Petiso Orejudo hacía después de saciar sus instintos de degenerado con los niños; Godino hablaba sólo conmigo, entre los otros presos se comportaba como una nena perdida. Yo era uno de los pocos que no lo golpeaba ni violaba. También recuerdo las charlas y el ajedrez con Ricardo Rojas. Los Bonelli y su sótano repleto de cadáveres de clientes. La equivocación de Sacomano: no es lo mismo matar a una prostituta que a una telefonista digna de todo respeto. La voz de Gardel que seducía e iluminaba los cinco pabellones y cada una de las pequeñas celdas de metro y medio por dos. Herns y su serrucho y la caja toráxica buchona que flotó, como un iceberg de carne, en los lagos de Palermo. Y tantos otros muchachos, compañeros en la tumba y en el desmonte.
No había maricas entre ellos.
Gerardo Maksimenko fue el bandido que más me impactó. Me acuerdo de sus petulantes silencios cuando la compañía no era de su agrado y su mirada asesina cuando alguno hacía la más leve insinuación de poner en duda su hombría. (No sé cómo decirlo, Maksimenko era un hombre bello y eso ayudaba a que se hagan este tipo de comentarios.) En cambio, cuando estaba cómodo no paraba de contar fascinantes historias de hombres que había desmontado a balazos o de pescuezos tajeados por la ráfaga plateada de su facón; historias que lo mostraban como gran bebedor entre piratas; historias de trasnochadas y peleas en bailes de extrañas localidades; historias de clubes de pobres, ritos de masculinidad y mujeres de todas las naciones; historias de cosas prohibidas y hechas con placer. Yo pasaba noches enteras, escuchando de celda a celda, todas esas orgías y aventuras que lo evidenciaban como hombre entre los hombres.

Una vez, en el invierno de 1908, mientras talábamos, me escapé con Saturnino López , y aprendí que la disciplina del comisario Sanpedro era implacable. Comimos pájaros crudos (un fuego nos hubiera delatado) y caminamos por el bosque tratando de seguir las confusas instrucciones de un mapa fabricado por otro preso sobre el cuero seco de una rata. Al tercer día, atontados por el frío y el hambre, nos entregamos y pedimos clemencia.
Supongo que porque yo tenía cierta amistad con el comisario, López se llevó la peor parte.
Para el castigo nos hicieron esperar hasta pasada la medianoche. Invadieron nuestras celdas a sangre y fuego: cuatro guardianes nos arrastraron a cada uno y nos desnudaron sobre una tierra cubierta por más de medio metro de nieve. A López lo dejaron parado, le pusieron una guitarra en la mano, y lo rodearon con antorchas. Al principio comenzaron a mojarlo con una fina lluvia, al final le tiraban baldazos. El agua sobre el cuerpo se volvió hielo y la guitarra se desafinaba cruelmente, hasta que dejó de sonar.
A mí me tomaron de los miembros estaqueándome en el aire con sus manos (que me quemaban) y esgrimieron sus pesadas cachiporras para golpearme con dedicación la espalda y después el pecho, a la vista del sueño azul de mi camarada congelado. Dicen que la gente de Ushuaia se despertó con mis gritos. Vertí sangre por la boca y llenaron de cardenales mi cuerpo. Luego me tiraron en la sala de los enfermos, entre vómitos y ropa sucia, sin que nadie me atendiera, esperando que la tuberculosis termine el trabajo de los torturadores.
Dos días después recobré el conocimiento y escuché la historia oficial: decían que yo había vuelto solo y que López seguía fugado.
Un preso me dijo:
- De los cadáveres suelen desembarazarse arrojándolos a los criaderos de centollas voraces.

¡Quince años preso, Vientre de Dios!
Quince inviernos de duchas heladas y guardias sin humor. Miles de noches arropado con ásperos ponchos de lana y frazadas que nunca alcanzaban. Naipes y navajazos de rufianes peleando por apuestas de cigarros o postales pornográficas. Días y días tragando a la hora del churrasco masa cruda y guisos rojos de oveja. Quince años de atardeceres sin poder ver el ras del horizonte.
Nadie puede acostumbrarse. La cárcel es como un zapato que no se suaviza a pesar de caminarlo.

20 de Septiembre de 1920: ¡Libertad!
Estaba escrito en el cielo que no iba a ser sencillo vivir en esta isla desagradable. El primer golpe fue separarme Maksimenko.
Cobré el poco dinero que Argentina me pagó por cortar árboles.
Al salir del presidio, Sanpedro, acercando su cara carnosa, me dijo al oído, a manera de despedida y cariño:
- Encontrarás las mejores y más limpias muchachas de la villa, y un paño hermoso, en la tercera casa, más allá de la oficina de correos de Caldera.
En estas casas prevalecía el color rosa brillante y las aberturas con formas de corazones.
¡Mujeres alegres! Una noche de timba y farra era lo que necesitaba.
Me dirigí hacia el norte.
La mayoría de los clientes de Caldera del Diablo son pastores, obreros y marineros desterrados que hicieron de la Tierra del Fuego su nueva patria. He conocido leñadores de las montañas Adirondack, salvajes de Escocia, navegantes que partieron desde Lisboa o desde el fiordo Arsuk en Groenlandia, chilotes de Castro con potros y perros de trabajo, balleneros del Cabo Cod, y paisanos míos, yugoslavos y croatas que vinieron a fundar el nuevo Kosovo.
Caldera del Diablo da abrigo a todos.
Las barras licenciosas se encuentran dispersas por todas partes. Las mujeres de los salones se sientan exhibiendo sus cuerpos tras los vidrios sucios de las ventanas y con un cigarrillo en sus boquitas pintadas con rush rabioso, simulan que cosen (nunca faltaron maliciosos sugiriendo que el negocio iría mejor si se dedicaran a coser velos para ocultar sus caras).
Dudaba si estaba preparado para acostarme con una prostituta patagónica. En mi vida porteña sólo frecuentaba la compañía de mujeres jóvenes y hermosas.
Entré al bar La Perla. Era una casa solitaria y aseada, construida con el modelo de las mansiones coloniales antiguas con pilares en el frente. Me coloqué en un asiento delante de los ojos vigilantes del cafisho, que servía también de cantinero. Solamente había dos muchachas, que podrían haber sido compañeras de colegio de mi madre, y un anciano ebrio que apestaba a pescado. De fondo se escuchaba el bronco sonido del bandoneón. Me fui al otro cuarto.
En el segundo salón estaba la mesa de juego. Las influencias seductoras del póker no me son ajenas. Alrededor del paño se encontraban cuatro personas sentadas: un comerciante, un estanciero, el comisario Sanpedro y un funcionario. Jugamos toda la noche y, como hacía quince años – cuando acorralado por la policía dejé cinco fiambres sangrando sobre las baldosas blancas de un cabaret del centro – la suerte, otra vez, me fue adversa. Perdí todo, pero el funcionario piadoso, por consejo del comisario, me ofreció un puesto de vigilancia en la última frontera de tierra adentro.
Acepté.
Debía mantener el puesto militar en buen estado y esperar la llegada de tropas.

La soledad al principio me sentó bien. Mi único amigo era Juanchito, un zorro excedido de peso que logré domesticar tirándole restos de carne de oveja en las noches estrelladas en que descansaba delante del fogón.
No todo fue rosas.
Los indios estaban cerca y me empezaron a visitar. Después de diez años olvidado por el gobierno en la frontera, los indios me quisieron adoptar.
No quise.
La costumbre de andar con capotes de guanacos no es lo mío. Convivir con sus caras horribles emperifolladas con pintura blanca, sus pieles asquerosas y grasientas, su pelo enredado, sus voces discordes, y aguantando sus gestos violentos… Esa vida no es para mí.
Puedo transigir un poco, no todas sus costumbres son malas: en invierno, siguiendo sus ejemplos, me engraso la piel con cualquier aceite animal. Un día, para hacer una canoa, tomé tiras de cortezas y las trencé con tendones de guanaco y huesos de ballena que junté en la playa, a la manera de ellos. Como recuerdo de los indios, guardo el arpón que me regalaron, hecho de una costilla de cachalote (no sé como explicarles la forma hermosa del arma, especial para remolcar bestias heridas en el agua).

Los años pasaban y los diablos milicos que no aparecían.
La patria está para hacerla famosa, me dijo el funcionario que me dio el trabajo.
Me sentía desesperado. Vivía salpicando con lágrimas el suelo, comiendo comidas miserables y con el corazón lleno de sueños vigorosos que se alborotaban como toros dañinos.
Me sentía estafado y pervertido.
Yo dormía desnudo mezclado entre perros e indios.
¿Y esta soledad?

Me había cansado de ese paisaje salvaje que parece la obra de un artista insano.
Nunca fui una persona muy codiciosa, pero soñaba con las ilimitadas oportunidades de las grandes ciudades, con rascacielos y mayordomos. Quería acariciar billetes de colores dentro de los bolsillos de mis pantalones mientras paseaba por alguna metrópoli del brazo de una jovencita.

¿Volver a Buenos Aires seco y hecho un don nadie a pelear un lugar miserable entre los matones?
No sé si hubiera podido regresar a Buenos Aires. La vida en el desierto, la vida entre indios y caballos, me había convertido en gaucho.

- ¡El oro, amigo José! ¡Pepitas tan grandes como granos de maíz en las arenas de la costa de la bahía!
El rumor me llegó por sorpresa y de la boca que menos esperaba. La boca – que se abrió como una granada madura llena de dulces promesas – de mi antiguo compañero Maksimenko.
Después de diez años, abandoné mi puesto militar en la frontera, preparé mis animales con las pieles, las balas, las mercancías secas, picos, palas y mi cuchillería de lujo. Iríamos a buscar oro a la bahía de San Sebastián, cerca de las colonias donde la gente de Sarmiento murió de hambre.

Hay muchos más esqueletos de mineros muertos que expedientes con datos fehacientes sobre la existencia de oro en la Tierra del Fuego.
En esos años convivíamos en guerra los buscadores de oro y los ladrones disfrazados de buscadores de oro. En la isla no había ley ni policía. La Tierra del Fuego rápidamente se llenó de tumbas sin cruces ni flores, cuatreros de caballos, perros encadenados vigilando campamentos y hombres armados que disparaban al visitante que no se identificaba. No había bancos y cada individuo debía defender, como podía, el poco oro que extraía.
Y la embriaguez, que siempre fue común.

Nos asentamos en un pequeño edificio de madera, cubierto con chapa acanalada, que construimos. Lo nombramos El Pedregal.
Dormíamos en el mismo cuarto.
Empecé a sentir que el lazo fraterno que nos había unido en el presidio se había roto. Él no era el mismo hombre. Yo ya no le importaba y no lo ocultaba.
Todas las noches vigilaba a Maksimenko esperando que diga dormido alguna palabra que me revele algo de sus sueños.

El visitante que hoy asista a El Pedregal podrá observar un enorme edificio con cuartos para la dirección, una tienda y el almacenaje; un cobertizo espacioso con doscientas literas para trabajadores y un edificio para capataces; una cocina con un horno para el pan y un disco gigante para freír cebolla y capón; y un cobertizo para el taller que resguarda las máquinas.
Al norte, delante de las casas, hay un corral, completamente hecho de hierro, para guardar los caballos y los bueyes de la noche a la mañana.
Encima del edificio principal hay una pequeña torre de vigilancia con ventanas en todos los puntos cardinales.

Hermoso pero ajeno, me digo.
Operamos durante unos meses y obtuvimos algunas onzas de oro, pero la perspectiva general no era muy animada. El trabajo lo suspendimos y Maksimenko liquidó la compañía.
¿Había cruzado la isla, a través de pasos y bahías desoladas para que mi socio me engañara como un otario?
¡Cuidado, compadre! Entre dientes te digo: no vaya a ser que algún día te envenenen en Buenos Aires por haber ofendido a alguien en el sur.
La Central de Lavadores de Oro, dirigida por Sam Hyslop, se instaló en la cuenca que yo descubrí. Después supe que Hyslop era un testaferro de Maksimenko.

En el otoño de 1931, Tomás Morgan, uno de los trabajadores de El Pedregal, fue descubierto por Maksimenko robando.
Nunca quiso dar detalles sobre como se deshizo del ladrón. ¿Lo habrá golpeado en el rostro con sus puños hasta hacerlo arrastrarse por el piso como una rata y fulminarlo a tiros? ¿Lo habrá abofeteado y apuñalado en el corazón hasta la muerte? ¿Lo habrá prendido fuego vivo? Los trabajadores estaban acostumbrados a escuchar este tipo de amenazas por parte de Maksimenko. Y le temían con razón.
No soporté que no me quiera contar a mi lo que había hecho con Morgan. Maksimenko tenía un montón de malos hábitos y silencios que me irritaban, pero yo creía que todavía disfrutaba contarme historias en que había sido cruel.
Dos días después, cinco de nosotros fuimos a la playa. Había una orca varada y queríamos sacarle los dientes y la carne de las aletas. Cuando abrimos la boca de la ballena encontramos una mano mutilada por la muñeca que tenía un tatuaje. Todos reconocimos la mano derecha de Morgan. Del resto del cuerpo nunca se encontró nada. Ninguno se animó a informar a Maksimenko del hallazgo.
Yo tampoco pregunté nada, prefería que me arranquen las tripas antes de humillarme una vez más delante de él.

Recuerdo la tarde en que el traidor de Maksimenko me salvó la vida. Cayeron encima de nosotros un grupo asqueroso de indios. Un tifón de flechas buscaba mi carne. Eran más de diez indios que me acorralaron y mataron a los dos empleados que venían conmigo. Detrás de una loma apareció Maksimenko montando un mustang atigrado y embarrado, y fue como si los indios se hubiesen olvidado de mí. Habló su lengua para tranquilizarlos, y cuando todo el mundo se serenó, habló su Winchester y su cuchillo una jerga de buracos y sangre.
Después de acostar para siempre a todos los indios, me pidió que le sostenga sus armas, y tomando una posición a horcajadas en la panza del indio más grande, fotografió el rostro del muerto para la cubierta de unos artículos en que contaba sus viajes y sus trabajos.
Desde ese día, sin explicaciones, pasé a ser su subalterno, y se me destinó una escuadrilla de soldados para mantener la seguridad de los funcionarios del desierto.
¿Yo era un empapado en leche? ¿Yo no bebí siempre whisky con hombres machos y bien montados en mostradores chorreados de alcohol?
Oculté virilmente mis sensaciones, cansado, buscando la manera de sobrevivir en esta tierra de vientos y mentiras, de cosas que se piensan, se desean y no se dicen.

Maksimenko invirtió el oro que extrajo de El Pedregal en comprar una estancia que llamó La Grande.

En ese momento no le alcanzaba con asados y damajuanas; empezó a hacerse amigo de gente algo más rica y a frecuentar salones elegantes de otros estancieros.
No me dejó más comer de su puchero.
Me imaginaba que lo dormía de un golpe, lo llevaba a la montaña, lo estaqueaba y le ponía un churrasco sangrando en el pecho, abandonándolo a los cóndores. El beso filoso del ave atravesando sus costillas. Quería que él sienta lo mismo que yo, estar muerto en vida, sin piel ni corazón.
Evidentemente yo ya estaba necesitando un segundo amo y pensar en besos diferentes.

¡Qué tiempos aquellos! Tiempos de labor, amor y decepción…
Me enamoré horrores de una mestiza hermosa llamada Maruja Romero, ayudante de cocina de Estancia La Grande. Yo tenía 52 años y ella 17. Todavía sueño con su pelo trenzado con flores, su boca risueña, sus pechitos planos… Era tan bonita y alegre. Tenía un cuerpo muy delgado, como de jovencito.
Nunca fui corsario con las mujeres.
Buscaba cualquier cuento para entrar a la cocina y acariciar sus pequeñas manos con mis manos grandes y callosas, mientras preparaba los dulce.
Pero siempre la respeté.
Me acercaba por atrás para respirar el aire del interior de su vestido. Pasaba horas tomando mate con ella y mirando como resplandecía la pelusita de su piel cuando los rayos de sol la alumbraban de mañana por la ventana de la cocina.
Le llevaba calafate cuando estaba maduro. La niña era golosa de ese manjar.
Maruja era el amor que me faltaba.

La imaginaba satisfecha con el amor de un hombre honesto como yo. La imaginaba viajando en barcos por las islas del delta del Tigre o del Río Grande do Sul. Yo la quería así, atractiva y rural, con el enigma de su cara marcada con una cicatriz.
Nunca, por más que insistí, quiso contarme la historia de esa cicatriz.

Una vez estuve a punto de darle un beso. Nuestras miradas y bocas estaban como imantadas y yo me iba acercando muy despacio, ya estaba respirando su aliento… De repente entró Maksimenko, y dijo entre carcajadas:
- Amigo José… ¡con la niña Maruja! ¿Quién lo hubiera adivinado? Avisame Sojak, cuando necesités que te organice el primer aborto.
Maruja se llevó una mano al rostro y la pasó por la cicatriz que lo atravesaba. Se puso a llorar desconsoladamente y se retiró corriendo de la cocina. Maksimenko se acercó y pasó su dedo índice por mis mejillas. Se sintió frío y duro, como si fuera el cañón de un arma.

Una tarde de 1932, yo volvía de juntar unos animales, y al acercarme a la cocina vi que el agua del chorrillo que servía de desagüe corría triste y tenía un ligero tono colorado. A esa hora y en ese lugar no se carneaba.
Acá pasó algo feo, me dije.
¡No fui capaz de salvarla! Unos miserables con las caras cubiertas, destruyeron mi flor virgen. La violaron mientras dormía la siesta.
En la arcilla vi huellas que podían ser de los borcegos de Maksimenko, de Hyslop, de Mac Lennan… Podían ser de mucha gente…
Me desangré en llantos e insultos.
¿Iba a jugar al detective?
¿Para qué?
Me hice el sota y fui cobarde una vez más ante Maksimenko. No soy un hombre capaz de ver el alma pura de una mujer mancillada.
Nunca nos despedimos. Maruja Romero desapareció de Estancia La Grande. Me contaron que meses después, en un corral de La Paciencia, murió atropellada por una tropilla de padrillos.
Es raro decirlo pero a veces me siento un hombre medio pelo.

Ya ve, estoy tosiendo y escupo sangre: mis pulmones se deshacen y los bacilos le dan una victoria tardía al comisario Sanpedro. Y pensar que cuando llegué a la cárcel nos llevábamos bien; casi se podría decir que éramos amigos. Tan adictos el uno del otro como un esclavo puede serlo de su amo.
Nunca entendí por qué se enojó tanto esa tarde que nos vio juntos en el patio. ¿Pensó que tenía algún derecho sobre mí porque un día navegamos en secreto las baldosas mientras Gardel cantaba? ¿Le impresionaron las figuras que hice con mi socio? ¿Habrá visto a mi compañero demasiado cómodo en mis brazos? Sospecho que Sanpedro no entendió que en una danza social se baila con mucha gente y que un baile no siempre significa algo. Bailar es meramente moverse, desplazarse al compás de determinada música.
Esa tarde oscura de Julio de 1916, en el frío patio de la cárcel, con un cielo cerrado, abrazados, con los cuerpos arrimados y con un severo ardor en el pecho, escandalizando a toda la población del presidio y a los gallegos carceleros, yo, José Sojak, le enseñé a bailar el tango a Gerardo Maksimenko.

No quiero hablar más. No puedo explicar lo que los labios no saben decir…
Qué se me seque y caiga la lengua si dije alguna mentira.