sábado, 19 de octubre de 2013

Miguel Spallone


 Vivir solo.

levanta el pie y muestra la suela de su zapatilla
mientras dice mira lo que pise

luchy, vos sos demasiado blanda
para escuchar hermética.

 vivir solo cuesta, vida.

come galletitas
sentado en la cocina
con las luces apagadas.

entre la luz de la calle
filtrada por el azul desteñido
de las cortinas piensa

en cómo encontrar trabajo
en cómo pagar el alquiler
en como tocar mejor
la batería

 genialidad

nadie, especificamente
le enseño a declarar a maradona

la especie contribuye

en estas cosas todo el tiempo.

y

mientras vos leías 1984
sentada en el bidet
yo me bañaba

encerrados en el baño

unos fragmentos marcados con tinta
naranja flúor


el agua cayendo como lluvia sobre el pelo
de ese momento, dócil y fino
reintegrándose
  
el agua
sobre el pecho panza cintura pija vida
pensamientos  que causan la facilidad
de que el cuerpo dure mientras vivimos.

al salir de la ducha
goteando, el pelo tirado para atrás
cierro los ojos, me seco la cara
los abro, te miro
levantas la cabeza
me miras y me decís

amor, esto es terrible.

17 años.

yo sonreía con la cara que iluminabas.

viste

18. recién duchado

orgulloso
conmovido
avergonzado

por la especie.

conservantes y conservadores

las manzanas  del supermercado
saben cómo señoras
de un barrio
cerrado.


el aire acondicionado

el futbol es la música
el sol neblina y el
tiempo distancia

entre la entrada del local
y el súper donde compra

el aire acondicionado.

depresión

una pandereta tirada
al lado de mi cama

independiente racing

estuvieron
escuchando
toda la mañana
un partido de futbol.

la previa
el partido
y el post.

conferencia de prensa, todo eso
en un espacio de tipo 1, 5x 3 mts.

CON EL VOLUMEN AL MAXIMO.

. demasiado.

15:18
: me quemaron mal.
quería morir.

independiente racing
  
Grandes

mis amigos son mis amigos
por decir cosas como

boludo, la cancha de river la terminaron de hacer
los militares

y hacer
que me caiga la ficha

pero también por tener la suficiente valentía
para decir en la misma conversación

river es históricamente
 el equipo que mejor juega en este país

aunque sean hinchas de independiente
el cuadro comunista.
Grandes

fascista

su casa es de humedad
las paredes están pintadas con colores claros

el paso de los años las destiñe
la pobreza no deja darle manos nuevas
la pobreza hace a la casa triste

uno no puede hilar un pensamiento
sin embargo la música esta con el

pappo
donde estará tu mesada
con la foto de muddy waters.

viernes, 9 de agosto de 2013

Mirna Rey

- Minutos -


Todavía no logro escuchar hasta el final ese tema que apenas dura 4 minutos.
En el primero enmudezco cuando estando vos, solía cantarlo.
Cuando transcurre el segundo tiemblo debido al tsunami de caricias tuyas que regresan a mi piel aunque tu ausencia me diga que son sólo recuerdos.
Durante el tercero intento ver mi rostro solitario en el espejo que tantas veces reflejó colores, sombras y siluetas de dos cuerpos vibrando juntos pero reaparecen ante mí tan nítidas y tantas vívidas escenas que no me encuentro.
Llegando al último minuto desconecto el aparato, y un silencio irrespirable me dice que por fin se ha terminado.
Y sin embargo, unas lágrimas que hacen tímidos charquitos sobre el cd que tengo entre mis manos me avisan que muy, muy dentro mío el tema aún, sigue sonando.





- ALGORITHMUS - 

Quizá lo nuestro sea una cuestión geométrica.
Quizá el hecho de que no tengamos ningún punto en común nos haga ubicarnos en el espacio-tiempo como dos rectas paralelas que no coinciden en nada, que jamás deberían cruzarse, ni tocarse, ni compartir alguna vez uno de sus puntos ni cualquiera de sus prolongaciones, como las vías de un tren.
Sin embargo, hay veces en que quizá debido a la acción de las partículas espaciales, cuando vos te acercás a mí o yo a vos, la fuerza de atracción resultante entre nuestros cuerpos llega a una magnitud tal que es capaz de producir  una variación hacia el infinito de la interacción gravitatoria individual que sólo y por ese instante es exactamente, la misma.
Entonces, tanto el tensor de curvatura como el tensor de energía-impulso se multiplican inevitablemente a la n potencia, y eso permite que nuestros vectores se alineen, y que necesitemos depender el uno del otro durante un tiempo que no es medible con ningún reloj, ni de sol, ni de arena, ni analógico, digital ni atómico.
A la vez, todo hace que nuestras pendientes se toquen, que nuestros respectivos coeficientes x e y pasen a ser proporcionales, y que el algoritmo de todos éstos factores dé como único resultado posible la unión de todos nuestros puntos, haciéndolos coincidir a todos ellos en un ángulo de 0° sobre el nivel del mar.
Quizá lo nuestro sea una cuestión geométrica, porque cuando ese evento espacial magnético nos sucede, todos nuestros puntos logran coincidir durante ese loop del espacio-tiempo al que damos vida sobre la tierra, y entonces es que probablemente por esas ecuaciones físico-astronómicas que suele adoptar el amor, vos y yo podamos ser dos rectas paralelas y a la vez, una y la misma recta.

lunes, 3 de junio de 2013

ALY CORRADO MÉLIN



MI BIO RITMO

ALY CORRADO MÉLIN ESCRIBE DESDE ADOLESCENTE, X ESE ENTONCES EN UN CUADERNO SECRETO, HASTA Q EN LOS 80 TIRÓ EL TAPA DURA “RIVADAVIA” Y EMPEZÓ A FRECUENTAR  TALLERES, SEMINARIOS Y DEMÁS ENCUENTROS CON SUS PARES LOCOS. HOY COQUETEA CON LA POESÍA Y CONTINÚA CON NARRATIVA USANDO SUS CUENTOS EN GUIONES TEATRALES. MIENTRAS, ESTO LA MANTIENE MÁS COLGADA DE LO HABITUAL, OCUPADA EN EL ACCIONAR DE SUS PERSONAJES.   PARTICIPÓ EN ANTOLOGÍAS, MENCIONES, EDICIONES Y SARASASASA. CREE QUE LA LITERATURA SOLO SE ESCRIBE X NECESIDAD Y DESDE LAS VISCERAS, X LO CUAL ES ADICTA AL TÉ DE BOLDO.


No tiene blog personal, pero se la puede ver por:







DICIEMBRE MUDO.


El sol no tiene apuro
se estira en la vereda
donde tus pasos
gritan.

Y la voz
tan silencio
tan  vísceras
se ahoga
en la baldosa
de este mediodía.

Aroma a navidad
calle hervida de ajenos
apenas
tu sonrisa
sin sonido.
Acurrucado
esperando una lluvia
que demora.

Y la voz
tan desnutrida
tan soledad
parece noche nicho
acunando
palabras.






Llagas


Escapa
con la palabra
apenas esbozando
un aliento fétido
de auxilio sin credos.
En una espera infectada
para investigar la fe
gime el dolor
ya ajeno
del que nadie se apropia.
Tal vez último castigo
entregándose a una bienvenida
y que todo se esfume entonces
entre sabanas
salpicadas de sopa flaca.
No entiende de presagios
mientras gotean los minutos
sobre el tatuaje
piel
de dragones ulcerados
perforando
pedacitos de luces.
Solo un rezo vacilante
acompaña la mano débil
hirviendo en este Abril
pisoteado
de hojas no tan doradas,
no tan otoño.



 TAN CERCA



El mísero pan prodiga
revuelto de miles de No
en la hora exacta
donde la muerte asoma
solo para hacerse famosa
de puto ego nomás.
De paso
para que sepan
habita a la vuelta
de una esquina en comodato.
La masa zombi no la ve
huele mariposas tibias
y sigue su marcha
arrastrando manos ajadas.



  
MUTAR



Diminuto interrogante
para el antifaz
que mira la vida viuda
con olor a estiércol
tetra y a sudor
que pasea los ojos
por bautismo y funeral
entonces las flores mutan.
La catarata verbosa
es pasarela al desnudo.
Vestido de elegante
sport-spiritual
anuncia un viejo nazareno
que comenzó el carnaval.
Comparsa gris
según la ocasión
audífono vitraux.
La sangre salpica
se mezcla
con carne y papel picado.





lunes, 13 de mayo de 2013

Alfredo Mario Figueras


Pródromo, exordio y variación.

En el caso de García Márquez, el prólogo es también un cuento (en “Doce Cuentos Peregrinos”). La situación del Bicho Antenudo es bien distinta. No sabe escribir prefacios y los cuentos, que dice escribir, ni siquiera son tales. No es matemático, astrónomo ni filósofo y sin embargo no tiene reparos al acometer temas científicos que desconoce de principio a fin. Tiene dos antenas, hermosas por cierto, y una trompa de 90 centímetros que lo diferencian de cualquier otro escritor. Antes, era un bicho normal. Pero un día, como cuenta en la página 218, se transformó en un bicho antenudo. Por suerte, lleva sus antenas con orgullo. Renunció a un alto cargo en el prestigiosísimo “Teatro El Chillón” y se puso al servicio de una misteriosa asociación que lo conmina a prosificar según necesidades específicas. Igualmente, siempre que puede, se muestra a favor de los cuises y de la música nacional argentina y latinoamericana (que desconoce por completo pero sabe que le gustaría). Tiene sólo dos dimensiones, para facilitarle el trabajo a los retratistas y hacerle la vida imposible a los escultores. Sin más que decir, los dejo con éste mamotreto que espero puedan digerir.
                                                     x  La Hermana Antenuda



Nunca dejen un prólogo en las garras de un familiar, escríbanlo ustedes mismos. Aprendan de mi desgracia. Si lo hubiera escrito yo…
¡Qué bien habría hablado de mí mismo!

                                                    x  El Bicho Antenudo 


 El parrillero sabio.    
"Este baño está clausurado desde la 2da. Fundación de Buenos Aires"
(de un cartel de un baño… al que siempre me acerco esperanzado).

Tres señoritas inglesas, discutieron fuertemente bajo la sombra que proyecta la estatua del Resero (en Mataderos). La disputa, cuentan las viejas, fue por cuestiones de honor. Sin embargo, fuentes oficiales dicen que, luego de haber comprado tres sanguches de chorizo y un vacipán (éste último a ser dividido), comenzaron a darse terribles carterazos, hijos de la angurria y del conocimiento del ensayo de Isaac Asimov acerca de la imposibilidad de cortar una tiza en tres partes iguales. También conocían el cuento “Tres portugueses bajo un paraguas, sin contar el muerto” (de Rodolfo Walsh). Pero este cuento no influyó, porque la cosa venía por sanguches de vacío mal liquidados  y no por razones difíciles de desentrañar. Aparte, hay un vacío legal que todos conocemos.
El origen del escándalo quizá sea un misterio, no así su resolución. Un parrillero galante, y con buena mercadería, les ofertó tres sanguches de entraña al precio de uno. Ellas, aprovecharon la ocasión (de H. Baldi) y pagaron el entrañipán, que se triplicaría, para salvar una amistad que las mantenía unidas desde que compraron un departamento de 4 ambientes en Caballito, hace más de 30 años.


 El deber no es bueno.

Hoy hice lo mismo que hago cada fin de año. Puse el despertador a las 05:00 hs. y me acosté a las 21:00 hs. Cuando sonó la alarma, en ese silencio tremendo de un primero de enero, me levanté y fui a buscar mi bomba de estruendo. La encendí con dos dedos, no por darme dique sino porque son los únicos que me quedan después de tantos accidentes con pirotecnia, y la arrojé (ésta vez con más suerte) en un zaguán con muy buena acústica. El barrio, pobre, se desperezó al borde del infarto por mi ocurrencia y yo, con la satisfacción del deber cumplido, me tiré otra vez a la catrera.

Basura Extraña

Junté mis mejores poesías, les bailé un malambo y las tiré al tacho. Pasé, al rato, y ya no estaban; Aparte había basura ajena. Bueno, apagué la luz y me fui a dormir. Acostado y en tinieblas (de las que abundan en mi vida) entré en pánico. Eran las 3 de la mañana, mi casa estaba perfectamente cerrada y yo me encontraba solo como siempre. Eso sí, en mi techo había una basura extraña. Y en mi tacho también.


 Bicho inteligentudo

Antes, cuando no era un Bicho Antenudo, yo era muy inteligentudo. Mi berretín consistía en escribir sólo cosas trascendentales. Por eso, esperé 30 años (a contar desde los 52, cuando se logra cierta estructura mental) para hacer mis primeros pininos. Pude escribir unos miserables renglones inconexos, que aquí mostraré:
Hablaba un inglés muy extraño, con el acento propio de su Córdoba natal.
El silencio absoluto no existe, ni siquiera en condiciones de laboratorio.
Había cumplido los 15 y un revolver fue su último regalo.
Sus neuronas habían entregado todo, ya nada podía pedirles.
Era un gran estratega, pero ese día lo acorralaron. Nunca se supo por qué.
Cada vez que salía olvidaba su nombre, su patria y su grafía.
Perdió el hambre por esperarla, por suerte ya no la espera.
Una idea le carcomía el cerebro; El forense encontró un bicho taladro.
Cuando podamos comparar el ayer con el mañana, se va a armar un tole-tole que dejará pipones a los noticieros.
Posdata: Si alguien pudo unir algo o encontrar un chispazo de literatura, me avisa y me explica. 

 El único gol del partido

“-Pisculicho, se la pasa a Fornica que está solo en el área. Fornica solo… Fornica solo… Goool.”
(del libro “La Guardia Imperial Hincha sin cesar”, de César Albino Encaj)

-Ese tango, inició la fisura que aprovecharían los compositores modernos para un quiebre posterior. La letra era mala, la música verdaderamente asquerosa y de una simplicidad ultrajante, y el título… no tenía gancho. ¡Si parecía escrito por un chancho, mire!
-Pero… ¿Cómo puede ser que semejante porquería haya iniciado una escuela?
-Es que lo importante de esta magnífica obra, fue el mensaje que supo transmitir.
-Ah, usted dice que de una manera críptica y quizá no tan elegante, daba a entender profundos razonamientos filosóficos ¿no?
-No, es que antes de cantarse el tango propiamente dicho se recitaban unos fragmentos de “Herencia pa’ un Hijo Gaucho”. Y esto, ayudó al crecimiento intelectual de los parroquianos milongueros.
-Pero, entonces el mérito corresponde a Don José Larralde. Es algo externo al tango. Acá, le están afanando los derechos de…
-¡Callesé, no levante la perdiz  que hay mucha guita pa’ repartir!
-Ummm… Creo que empiezo a comprender el valor de este tango. ¿Cambio no tiene? Porque necesito monedas para el bondi.  


 El vicedibujante Nudo

-Soy el segundo mejor dibujante de Bichos Antenudos de todo el mundo.
-¿Y el primero quién es?
-Yo, también. Pero prefiero presentarme así, de una manera más humilde.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Agustin Irusta



ROSA NEGRA 15




Me había citado con Thania en el Rosedal a medianoche y como todavía faltaban un par de horas para el encuentro, fui a casa a descansar porque hacía varias noches que no dormía bien, sin contar las últimas veinticuatro horas que llevaba despierto mantenido a café negro sin azúcar. Dudé por un instante en tomarme un tranquilizante para relajar un poco pues de seguro, mi estado de ansiedad generalizada no iba a permitirme descansar pero reflexioné que quizás sería contraproducente para mi cita de esta noche. Me recosté en un sillón del living para esperar hasta la hora de salir y cerré los ojos, coloqué la pastilla en mi boca pero no la tragué; Quise imaginar como se desarrollaría el encuentro y que palabras usaría para persuadirla de que me entregara la prueba que salvaría a mi amigo sin demostrar demasiada desesperación y creo que en esa elaboración, me quedé dormido.

Abrí los ojos sobresaltado al ver que ya era noche cerrada y sin cambiarme ni siquiera de ropa salí a la calle con el saco a medio poner, paré un taxi y me dirigí a Palermo lo más rápido que pude. Caminé un poco entre la oscuridad y la llovizna buscando el lugar en donde habíamos quedado en encontrarnos con Thania, protegido del aguacero que comenzaba a caer más intensamente; bajo el reparo de un puesto de bebidas cerrado, estaba esperando mientras observaba el reloj a cada instante. Alguien me llamó por mi nombre, inclinado a medias sobre la ventana de un auto alquilado.
-Suba, apúrese que se está mojando- habló con voz decidida.
Una vez en el interior, me pidió que guardara silencio mientras estacionaba el auto, ella atendía a las indicaciones que le hacía el acomodador y ninguno de los dos emitió ni siquiera un sonido hasta que se hubo detenido el motor.
-No perdamos tiempo que mañana temprano tengo que hacer algo importante y debo descansar… ¿trajo lo que le pedí?- le pregunté ansioso
-Este no es un lugar muy adecuado para hablar de negocios, Agustín- contestó serena.
-¿De qué negocios me habla? Si bien es cierto que estoy dispuesto a pagar por ello, no vine hasta aquí con las intenciones de “negociar” nada- solté con indignación. Ella extendió su brazo sobre el asiento y su mano derecha rozó mi espalda pero, ante mi instintivo movimiento de rechazo, comenzó a frotar el tapizado con la uña del dedo.
-¡Vamos, no sea tan arisco! Estoy segura de que a usted también le fastidia perder tiempo en preámbulos…financieros. Si quisiera podríamos ponernos de acuerdo rápidamente y solucionar este intercambio de una manera mucho más amigable.
Observé a la mujer después de tantos años, ahora sin el temor de ser sorprendido. Su cabeza estaba inclinada, las muñecas delgadas, rugosas; el seno que supo ser joven y altivo, ahora había empezado a desgastarse y la curva del mentón, encerraba una carga de oculto vigor. Ella continuaba absorta, inconsciente de su propia seducción, de esa fuerza intangible que fluía hacia mí y me turbaba, como lo había hecho hace algunos años atrás.
-Aprendí que cada uno de los charlatanes como usted, está dispuesto a defender bravamente su presa, por más duro y agrio que fuera ese bocado que supieron conquistar a fuerza de dentelladas y zarpazos -continuó hablando con la mirada fija en la lluvia que golpeaba el parabrisas y casi sin pestañear -La belleza los ha olvidado, se acostumbraron a cortar de raíz todo lo que se parecía a la verdad y encerraron sus pequeñas almas bajo una taza, sentándose luego sobre ellas. Cuando estos seres que parecen tener agua o aceite en las venas se acercaron para rodearme como un cerco de buitres hambrientos, permanecí inmóvil, atrapada por una fatalidad burlona que me obligó a escucharlos y aprobar con falsas sonrisas sus frases poco inteligentes. Y al contemplar la muchedumbre de rostros habladores, las frentes prematuramente envejecidas, sólo deseaba huir hacia mi madriguera, y echarme a lamer las viejas heridas que nunca terminaron de cerrarse.
Hace mas de dos mil años existieron hombres que creían en un Dios con toda su sangre y su carne y sus pensamientos, de tal manera que la sola mención de esa divinidad encerraba para ellos la verdad y el temor. Aquellos hombres creyeron y fueron salvados por la fe, pero ahora no hay Dios, ni verdad, ni religión. Nadie puede confiar. No hay nada en qué creer salvo en mí, la diosa del amor.
-A su hija no le va a hacer nada bien saber que a su madre se le soltó la cadena y perdió hasta el último rastro de coherente decencia...
-¿Y usted me habla de decencia, licenciado? La moral no fue hecha para nosotros, eso es para los débiles y los imbéciles.
-Se siente demasiado segura ¿No tiene miedo de ser castigada? -repliqué un poco más calmado. La mujer, que había empezado a sonreír, se detuvo de pronto y se puso a observar los árboles azotados ahora por un intenso aguacero que no dejaba de caer.
-¿Castigada por quién? ¿Por Dios? ¡Usted me hace reír! – Soltó Thania volteando levemente la cabeza hasta encontrarse con mis ojos – Está hablando como un charlatán de feria, como uno de esos pastores que pretende asustar a sus fieles con la proximidad del infierno. Me gustaría saber si con sus pacientes habla también de estos temas tan divertidos. ¿En dónde le enseñan a creer en esas pavadas… en la universidad?
-No debería ser tan orgullosa, alguien podría salir lastimado, usted misma podría ser la víctima de su propia megalomanía.
-¡Ah, creí que hablaba de castigos divinos y cosas por el estilo! Los humanos me llevan sin cuidado. Entre los hombres y mujeres que conozco no hay uno sólo con fuerzas suficientes para desafiarme. Me tienen antipatía, obstaculizan mi camino, intrigan, hablan por lo bajo; pero nadie se atreve a decírmelo en la cara ¡Qué mediocridad!
Al fin y al cabo, el perdón divino tampoco creo que deba pedirlo. Todo cuanto hice, tuvo su justo motivo, su causa; las elecciones fueron reales y tenían importancia nada más que para mí. Es cierto que me tocó vivir en sociedad, pero eso es algo que yo no escogí y sería absurdo tener que pedir perdón por el azar y tan ilógico, como justificarme con el vecino por haberlo dejado de saludar cuando no lo veo con frecuencia. Nadie puede acusarme de nada; nadie puede juzgarnos a usted y a mí por ser extraños. A pesar de eso, lo somos y a mucha honra.
Marcamos la diferencia porque somos conscientes de que viviremos poco tiempo. Durará usted un plazo mayor que el mío, pero aguantará. Yo en cambio, no podré vivir más que el tiempo establecido de antemano. Mi vida será igualmente siempre más breve que la suya, usted va a sobrevivirme, licenciado, aunque muera mañana, porque su nombre lo trascenderá.
Déjeme contarle algo que me sucedió en referencia a ese tema: Una amiga mía, en emergencia de parto, tuvo que elegir entre su propia vida o la de su hijo. Naturalmente, en un gesto que no entiendo por qué se juzga como generoso, se decidió por la vida del niño: ¡lo condenó a vivir!
Sí, somos especiales porque usted está destinado a seguir viviendo y yo condenada a morir de manera trágica igual que su amigo Echagüe. Esa es la ley del Universo y dígame ¿en dónde encaja Dios en todo eso?
¡Ya recuerdo que fue lo que me atrajo de usted cuando lo conocí! – soltó de repente, casi sobresaltada pero no lo dijo. Nunca salieron sus palabras. Nunca dijo lo que sus ojos, su boca, su frente, su cuerpo todo, estaban gritando. Sin sobresaltos, pálida, serena como las espigas de trigo hamacadas por la brisa, acababa de descubrir una nueva dimensión en su alma: la eternidad.
Era como si todas las circunstancias adquirieran de repente relieve como por arte de magia. Comprendió que algo se le negaba por primera vez a su voluntad siempre triunfante y que todo cuanto deseara, por mucho que luchase, resultaría en vano. Estaba vencida de antemano ¿qué cosa sería aquello que algunos llamaban eternidad? ¿Podría preguntarle a esa mujer tan fría, tan lejana? No, porque con certeza iba a destruir también esa última esperanza y Ana, su hija, necesitaba algo que esta vez fuera constante en el tiempo. Una sombra apenas para aferrarse cuando las palabras y las emociones, hicieran en su pecho un hoyo infranqueable.
-¿Cual es su verdadero nombre? – Pregunté rompiendo el incómodo silencio que se había adueñado de la situación mientras la lluvia parecía disminuir en intensidad – Quiero decir… ¿por qué eligió como excusa a Tania o a Ana Luciano Divis para engañar a todos?
-Tuve muchos nombres a lo largo del tiempo, licenciado, pero el que más me hace honor es Lamia, asustaniños y seductora terrible.
-¡Por favor! ¿Quién va a creerle esa historia? Dígame la verdad, por una vez en su vida…
-La verdad… no existe – Luego de meditar unos instantes continuó con su relato –Provengo de una familia adinerada del sur de Irlanda pero nunca me gustó vivir de mis padres y apenas tuve la oportunidad de escaparme de mi hogar, no lo dudé. Me casé varias veces con nombres distintos pero cuando estuve en Toledo, España, conocí la historia de Tania, la cantante de tangos, la que se fue a Buenos Aires con una compañía de teatro y conoció al amor de su vida, a Enrique Santos Discépolo. Esa enseñanza de vida me impactó y decidí que algún día haría lo mismo, cuando me separé de mi último marido en Dingle, saqué todo el dinero del banco y me propuse recorrer Europa buscando al hombre indicado. El resto de la historia ya lo conoce bien…
Mientras sacaba conclusiones acerca de la eternidad, Thania abrió la guantera del auto y sacó un pequeño revólver de culata nacarada.
-¿Le gusta? Lo compré en la época en que saqueaban los supermercados y parecía que este país se iba al diablo. Practiqué semanas afinando mi puntería y puedo asegurarle que le acierto a una lata de gaseosa desde cincuenta metros. Ana se asustó mucho al verlo y me prohibió que lo dejara en la casa, así que lo tengo en el auto por las dudas. Está cargado – dijo poniéndose seria – y ahora mismo, con sólo apretar el gatillo…
-Guárdelo, por favor – solté con voz temblorosa.
-¿No me diga que lo asusta, licenciado? Es glorioso, a veces lo empuño sólo para sentir el peso, el poder y el frío del cañón. Es como un sirviente de los de antes: fiel, obediente y discreto.
El arma centelleaba entre los dedos de la mujer con un brillo helado, esa misma mano, pensé, con la que sedujo a mi amigo y al que nunca más podré volver a ver. Faltaban sólo unas horas para el amanecer y si no lograba llegar antes de ese acontecimiento, Alberto Echagüe se marchará de este mundo sin conocer nunca la verdad. Ya no me quedaba tiempo y a menos que terminara ahora mismo con esta charla que no conducía a nada, la vida de varias personas se arruinaría para siempre.
-Quiero hacerle una última pregunta -interrumpió Thania- ¿Para qué necesita realmente esa fotografía? – y mientras lo decía extrajo lentamente un sobre de papel marrón en dónde se suponía estaba lo que tanto necesitaba.
-No tengo por qué darle mayores explicaciones de las que ya ensayé por teléfono, sólo entrégueme la copia y alcánceme al centro como habíamos quedado.
-En ese caso, lo siento mucho pero no voy a darle nada porque él debe sufrir como nosotras lo hicimos con su indiferencia.
-¿De qué indiferencia me habla…es que acaso no lo entiende? Alberto vivió todos estos años sufriendo por la muerte de su hijo, porque eso fue lo que usted le dijo. De seguro, si él hubiese sabido de su existencia, habría recorrido cielo y tierra para encontrarlas.
-No intente justificarlo, Agustín, ¿Y que hay de mí? ¿Acaso no fui lo suficientemente importante en su vida como para él que me buscara? – Me quedé en silencio procurando encontrarle una explicación a aquella pregunta y Thania continuó hablando – Le repito, licenciado, que yo sabía bien lo que deseaba pero aún permanecía en una nebulosa, indefinida y sin forma. En realidad ¿Qué me faltaba? Nada, sólo mi historia de amor. Todo aquello que podía llegar a hacer más confortable la vida, lo había poseído. ¿Qué otra cosa es acaso la felicidad sino ese estado de celebración en dónde uno se olvida de las ambiciosas aspiraciones y no se mortifica para hallar la forma de satisfacerlas?
Ahí está la clave de la cuestión. Cuando se empieza a tener deseos, comienza la infelicidad. ¿Será por eso que alguna filosofía antigua promueve categóricamente “matar el deseo”? ¿No es el deseo, estímulo para el desarrollo del conocimiento? ¿No es la sabiduría lo que hace evolucionar la conciencia?
Mientras ella hablaba yo pensaba que tal vez no llegaría a tiempo para salvar a mi amigo, tenía que obligarla a que me entregue el sobre con la foto ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde. Los latidos de mi corazón retumbaban en la garganta, me ahogaban, parecían sacudir todo mi cuerpo y la sangre me estremecía con violentos espasmos en las venas del cuello, en mis sienes, y en las muñecas que de pronto, se quedaron rígidas, extendidas hacia el cuerpo de aquella mujer.
-¡Deme el sobre, vamos, ahora! – grité cansado ya de escuchar.
Entonces, con sus dedos temblorosos y enredados, lo sacudió ante mis ojos, luego lo introdujo en su cartera y la arrojó rabiosamente sobre el asiento trasero dejando caer el sobre de papel al suelo.
-¡No le voy a dar nada! Me las va a pagar ese hijo de puta, si se tiene que morir, que se muera, no le voy a aliviar el sufrimiento – contestó con decisión
Me hubiese gustado decirle que todo era un gran equívoco, una trampa urdida por algún espíritu maligno; porque ni mi generosidad ni mi capacidad de amar al prójimo se habían esfumado, y aún perduraba en mi espíritu la espera de una felicidad hecha de cosas simples. Pero el tiempo, el maldito destructor de sueños, se había apoderado de mí, y los años eran cada vez mas fugitivos y crueles porque la paciencia ya no era la de antes.
La cartera había quedado abierta como en una mueca horrible, contraída en una carcajada silenciosa que hacía coro a los gritos de Thania mientras el revólver que lanzaba fulgores entre las garras de la mujer, parecía amenazarme.
Instintivamente llevé mi mano a su boca con violencia inusitada y de su labio inferior brotó un pequeño hilo de sangre, mi cuerpo se estremeció ante aquella emanación y me abalancé sobre ella para quitarle el arma y terminar con el asunto de una vez por todas.
-¡Cuidado, licenciado!- con el pelo en desorden, sin hacer caso de la sangre que le corría por el mentón, la mujer se replegó en el asiento; su cuerpo temblaba y se mantenía al acecho -Podría lastimarlo si quisiera.
Volví a arrojarme sobre ella tratando de arrebatarle el revólver mientras las agujas del reloj seguían corriendo implacables, no se detuvieron mientras forcejeamos y tampoco cedieron su paso cuando estalló el estruendo y la mujer, después de erguirse durante un instante que pareció interminable, suspiró y se deslizó blandamente hacia el piso del vehículo, envuelta en una nube de humo blanco.
Ella misma se hirió, pensaba mientras intentaba recuperar el aliento y me arreglaba mecánicamente el cuello de la camisa. Miré a Thania: el pelo le cubría la frente y los ojos, su respiración, cada vez se hizo más lenta hasta transformarse en un gorgoteo intermitente. De vez en cuando un estremecimiento sacudía el cuerpo contraído y yo esperaba que se reincorpore y se lanzara sobre mí a la lucha nuevamente pero, continuó inmóvil de manera permanente.
-Thania- murmuré, extendiendo una mano hacia la mujer sin atreverme a tocarla. Me sentía extrañamente sereno; como si no fuera yo quien estuviese allí, esperando en vano su respuesta, observándola con curiosidad desafectada como quien examina un objeto de arte. Nadie contestó.
La nube de humo se adhirió al techo del auto y el viento, que se filtraba por una ventanilla entreabierta, la deshizo y la empujó hacia los rincones. Sorprendido por mi propia calma, me dije que tal vez debería llevarla a un hospital cercano y dejarla para que la atiendan, quizás todavía podían salvarla pero... ella contaría todo y mi vida se iría al diablo. Tal vez la herida es más grave de lo que parece y ya no tiene salvación. Ella yace sobre el piso, desordenada y fláccida como un muñeco al que un chico curioso hubiera abierto las entrañas de algodón para ver qué contiene.
Algo se movió entre los árboles. Envuelto en un impermeable negro, el rostro ensombrecido por una capucha que brillaba bajo la llovizna, un hombre venía hacia el auto agitando un trapo y bamboleándose como una marioneta de pesadilla. En ese momento me invadió un miedo incontrolable que me paralizó las manos y forcejeé con la manija de la puerta. El desconocido estaba ya junto al auto y miraba hacia el interior entrecerrando los ojos mientras levantaba una linterna y la enfocaba sobre el asiento delantero.
-Oiga, amigo, no se puede…
La luz iluminó de pronto el cuerpo de Thania, los mechones esparcidos sobre el rostro pálido, la mancha de sangre junto a la clavícula. Pero antes de que el desconocido pudiera gritar, le dí una patada a la puerta, salté hacia afuera empujándolo con todas mis fuerzas al punto que lo hice caer al piso y me eché a correr por la arboleda solitaria, bajo las pesadas gotas que caían implacables.
Llegué a la avenida Libertador y encaminé mis pasos al azar pero con rumbo al bajo. Marchaba con rigidez de autómata, de andar inseguro, algo trastabillante y la vista puesta en un horizonte de alucinación y pesadilla. Varias veces estuve por darme de narices contra los árboles y al llegar a una esquina tropecé con un peatón que doblaba y al que dejé a mitad de la vereda, confuso, aguardando con expresión estúpida el acostumbrado: “Disculpe”
En oleadas calientes subía la sangre a mi cabeza y en medio del malestar del mareo, mi mente reproducía el cuadro fantasmagórico del vehículo abandonado y de aquella mujer desparramada en el suelo. El caos de las ideas se volvía cada vez mas agudo, exacerbado, hasta precipitarse con furia en un ofuscamiento general de mis facultades, en donde se superponían, interferían y se anulaban entre sí, nublando por momentos la coherencia del pensamiento. Enseguida, mi cerebro se vació de contenidos, como ahuecándose y un frío letal descendió desde la nuca hasta los pies. Los dientes me castañeaban y las rodillas se arqueaban al punto de hacerme perder el equilibrio y tener que recurrir cada tanto al apoyo de un árbol o un poste de alumbrado. Apenas lograba serenarme un poco, proseguía la marcha a la deriva, sin detenerme a verificar el lugar donde me encontraba ni el rumbo que seguía, confiado de que mi instinto me llevaría a casa.
Al cabo de unas horas, muy fatigado, con las piernas doloridas, me dejé caer pesadamente en un umbral y allí permanecí inmóvil hasta que de mal modo un oficial de policía me obligó a levantarme y continuar mi camino. Era ya de madrugada y las luces del alba me hicieron reaccionar y volver a pensar en mi amigo Echagüe. Me puse de pie y avancé casi arrastrándome algunas cuadras, llegué a una plazoleta que había en el cruce de una avenida diagonal con dos calles perpendiculares, y me senté en un banco de piedra. Mi respiración era dificultosa y recién después de un prolongado lapso de tiempo pude apaciguarme e intentar poner un poco de orden en mis ideas.
La primera imagen que acudió a mi renovada lucidez fue la de Ana Luciano Divis llorando la muerte de su madre y enterándose de que su padre también había muerto el mismo día.
Conocía bien mis propias bajezas y maldades, pero cada una de ellas tenía en sus causas el justificativo ideal que la atenuaba; además, sabía hasta donde era mía la culpa y a partir de donde era mero juguete de pasiones e impulsos. Tal vez por eso me daba cuenta claramente de que la suma de mis pecados no era más que una leve sombra al lado de la magnitud delictiva de otros realmente desalmados.
Thania estaba muerta porque debía morir y yo sólo fui el brazo ejecutor. Esa mujer era demasiado impura para este mundo y su existencia una fuerza maligna que lo envenenaba todo a su alrededor. Su muerte fue solo un acto de justicia aunque otros lo llamen como quieran: fatalidad destino, azar.
****
A esta altura de la pesadilla abrí los ojos sobresaltado. Me encontraba tirado en el suelo al costado de mi cama, de la cual me había caído seguramente por un movimiento brusco mientras me apresuraba por ausentarme de la escena del crimen.
Ya despabilado, lamenté que todo hubiera sido sólo un sueño, porque de esa manera me hallaba ante la disyuntiva de tener que reiterar ahora mismo la odisea vivida momentos antes.
Fui al baño para lavarme la cara y salir esta vez sí al encuentro de aquella despiadada mujer, pero en ese preciso instante escuché que mi celular sonaba a lo lejos y pensé ¿quién podrá ser a estas horas de la noche? Me acerqué y alguien había dejado un mensaje de voz en el contestador: “Doctor, habla Silvia, la secretaria de la clínica. Esta mañana temprano pasó por acá una mujer y me dijo que era una ex paciente suya. Le dejó un sobre a su nombre y me dijo que se lo entregara cuanto antes porque era de vida o muerte. Lo estoy llamando hace rato pero no me atiende. ¿Está bien? Por favor comuníquese o acérquese hasta acá en cuanto pueda”
¿Cómo “esta mañana”? ¿Una ex paciente? ¿Lo estoy llamando hace rato? ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo estuve dormido?
Maldije mi maldita costumbre de bajar las persianas de toda la casa para poder dormir totalmente a oscuras. Miré de reojo el reloj de la pared ¡las diez de la mañana! ¡No puede ser! ¡Me quedé dormido! ¡Echagüe! ¡Thania!
Me cambié la camisa arrugada y salí corriendo hacia la clínica ya que me quedaba de paso a la casa de mi amigo. Metí en el bolsillo del impermeable el sobre que habían dejado a mi nombre en recepción sin siquiera mirar su contenido y continué mi camino. Me interesaba mucho mas saber que había sido de mi desafortunado amigo que lo que Thania tenía para decirme. Caminé las pocas cuadras que me separaban de su hogar presagiando el peor de los finales.
Golpeé la puerta y como nadie respondió, entré sigilosamente. Al llegar a su habitación me encontré con un cuadro macabro: su cuerpo inmóvil y pálido descansaba inerte sobre la cama, envuelto en una enorme mancha de sangre.
Echagüe intentó decirme algo pero yo me apresuré a calmarlo:
-¡No! quédate quieto. No te muevas, no hables…
Puse ambas manos sobre los hombros de mi amigo, estrujé su camisa llena de sangre y luego, sin dejar de mirarlo me senté a su lado. El portero del edificio que había subido alertado por mí de la posible gravedad de la situación, salió corriendo por el pasillo a pedir ayuda. Echagüe parecía estar viendo a su amor perderse en el espacio infinito y con cada paso que ella daba, se apagaba su corazón. Dijo sin voz y gritando con todo su cuerpo:
-Vuelve. Regresa conmigo porque serás tú o no será ninguna otra.
Una potente convulsión lo sacudió. Creciendo adentro suyo, algo subía desde el fondo de su corazón y llenaba de lágrimas el ambiente. Era su alma, que se le había estrangulado en las muñecas laceradas por un tremendo y limpio corte.
A través de los vidrios, un rayo de sol desplegó su abanico de luces en arco iris hasta llegar a descansar entre las gotas de lluvia y llanto.
Saqué el sobre del bolsillo de mi abrigo y busqué la foto que allí estaba, guardé la carta y deposité el viejo retrato de su único gran amor en la mesa de luz.
Si hubiera llegado unas horas antes quizás Alberto Echagüe estaría vivo.
En mis oídos, como campanas de plata, voces agitadas y burlonas repetían: “Estas enfermo” Me tapaba los oídos con las manos para no oírlas, pero entonces otras, insinuantes, dulces, aterciopeladas, se deslizaban por los intersticios de los dedos y me sugerían: “¿No comprendes que no puedes ayudar a nadie? “Tu presencia solo sirve para envenenar con tu virus el aire que respiran los hombres sanos y alegres”
-¿Existen realmente esos hombres felices y sin enfermedad?- Se entrometía otra voz, incrédula y diabólica.
“¡Tan poco se perdería si te fueras para siempre! Es fácil, no te costará más que unos segundos de valor. Puedes elegir algún medio suave y placentero que te permita gozar del desvanecimiento lento de tus sentidos o algo mas traumático pero igualmente efectivo”
Agitaba mi cabeza y me peinaba los cabellos con desesperación, como para ahuyentar el ansia sombría del autoaniquilamiento. Estaba seguro de no ser lo suficientemente valeroso como para matarme pero era necesario controlar cualquier ráfaga de locura que quisiera imponerse a esta flaqueza.
Dirigí una última mirada a mi amigo recostado en el lecho, sonriendo como quien se siente profundamente feliz. Recordé nuestra juventud perdida, la tan esperada felicidad que nunca llegó a concretarse. Nuestras vidas se habían sumergido en la consumación lenta y continua de la intrascendencia.
Dos lágrimas regaron mis mejillas. Tuve lástima y envidia porque él ya estaba en paz con el mundo y yo aún lo estaba padeciendo.

jueves, 25 de abril de 2013

© Odilón Moreno Rangel


Breve currículo
Candidato a maestro en Ciencias de la Educación en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Actualmente me desempeño como profesor de la Escuela Normal Superior Pública del Estado de Hidalgo. He participado en diversos congresos nacionales e internacionales con investigaciones educativas y de religiosidad popular. Mi obra literaria publicada se encuentra en revistas electrónicas como Letralia, Resonancias y Remolinos.

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Un día en la vida de un escritor.

A pesar de que Altagracia Martínez era un fantasma se desplazaba inestablemente por las habitaciones de la casa. A la difunta le acompañó a su nuevo estado el síndrome de Ménière y la sordera que padeció en vida. Sin embargo eso no era limitación para que se deshiciera en atenciones a Soponcio. Antes de que el escritor pusiera un pie fuera de la cama la abnegada mujer madre ya le tenía preparado un abundante desayuno. No importaba que Soponcio protestara Altagracia Martínez no abandonaba su cometido: hacer feliz a su retoño. Sin embargo su mala audición y el vértigo le hacían equivocarse continuamente. En la comida llevaba capullos de oruga fritos con huevo en lugar de tortas de flor de garambullo que tanto agradaban al creador. Soponcio había pensado que la muerte de su madre lo liberaría de su molesta presencia y no fue así. Ella seguía como si estuviera en vida. En principio el literato intentó resignarse y seguir con su intensa y lastimosa vida de creador junto con el ánima de su madre. Escribía y escribía sin parar; revisaba y revisaba una y otra vez sus escritos para verificar una y otra vez que tuvieran consistencia interna, que no le faltaran o sobraran ideas, amén de las correcciones de estilo. Pero su tarea era interrumpida a cada instante por el murmullo del espectro.
–Mamá ya vaya a descansar –decía Soponcio con infinita paciencia–. Lo que hizo en vida por mí ya es suficiente. Tiene que ir con los otros parientes.
–No mi niño –contestaba la mujer con su cavernosa voz– hasta que seas un gran escritor y te den el reconocimiento que mereces, no cualquier papelito o un dinerillo que se te va en segundos, me iré.
Entonces Soponcio seguía escribiendo. Inventaba una y otra ficción, luego hacía reversiones de las mismas. Tenía miedo de que se le acabaran la imaginación y no supiera para donde llevar las historias. Probaba miles de variantes. Todas exquisitamente ingeniosas pero ninguna lo satisfacía. Sus múltiples narraciones y revisiones se entreveraban con los bocadillos que la esmerada Altagracia Martínez le ofrecía con tanta atención; con el crepitar que hacía el espectro al tratar de mantener todo en orden y limpio. Entonces sucedió lo temido por el creador, no supo para dónde crear, y las interrupciones de su madre no paraban. La situación era insostenible y Soponcio pensó en dejar de escribir y marcharse a cualquier lugar.
–Ni se te ocurra –dijo Altagracia.
–Ni se me ocurra qué mamá –respondió en voz baja el escuálido escritor.
–Te escuché.
Soponcio pensó que se trataba de un desvarío más de su difunta madre, así que hizo caso omiso a los comentarios y emprendió el camino de salida de su casa. Deseaba respirar, sentir aire en su rostro, reconsiderar lo que escribía. En verdad el miserable de Soponcio no sabía para dónde escribir. Pero una gigantesca tortuga se plantó en su camino y no pudo pasar. "Sin duda se trata de mamá", pensó el escritor. Sin otra alternativa caminó dolorosamente de vuelta a su cuarto.
–Escribe bien, no dejes de hacerlo –dijo la aparición.
Soponcio estaba al borde de un colapso. En un acto de desesperación el escritor tomó unas impresiones en papel que había realizado de algunas de sus obras y las empezó a tragar. Luego siguió con unas novelas de autores centroamericanos. El esquelético creador tragó, tragó frenéticamente hasta que la garganta se le congestionó, hasta que sintió que el aire no llegaba a sus pulmones, hasta que esas miles de palabras impresas en celulosa transitaron a su sangre. Fue en ese preciso instante en que pensó el escritor “puedo escribir de mi madre y de mí”.



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Marca registrada.

Soponcio hace la parada al transporte colectivo y sube. Dentro de la pequeña nave viaja una infinidad de personas con distintos atavíos y humores corporales. "Si supieran quién soy dirían ", piensa el escritor. Después de unos minutos Soponcio desciende del vehículo. Camina hacia el centro comercial de Huehuetla. El creador viste un pantalón de algodón cuya textura está desgastada; una playera que anuncia un producto local para la construcción de casas; y en la cabeza porta una gorra del sindicato de docentes de Huehuetla, sindicato al que no está incorporado. El insigne creador llega a un singular establecimiento comercial. Mira el aparador. Hay cientos de artículos –ropa, vasos, platos, gorras, llaveros, fotografías, libros y muchos más– en los que aparece la imagen de Soponcio Martínez. Soponcio Martínez es una marca registrada.–Señor, en qué le puedo ayudar –dice un jovenzuelo que viste una playera color naranja con un estampado en el pecho de Soponcio sonriendo–. ¿Busca algo en especial?–Sólo miro –responde Soponcio.–Disculpe ¿ya conoce a Soponcio? –Dice el joven. Soponcio no sabe qué decir.–Si usted recién conoce a este asombroso escritor –continúa hablando el joven– yo le puedo ayudar a profundizar en su vida y obra. Mire estas fotografías, son exclusivas. Por cierto mi nombre es Marco y con gusto le atiendo.El joven enseña a Soponcio una fotografía donde Soponcio está abrazado con Saúl, el cantante y guitarrista de los Caimanes. Marco narra una extraordinaria historia en el que la prestigiosa estrella de rock de Huehuetla y el portentoso escritor se conocen. Después el vendedor muestra un sin fin de objetos que supuestamente Soponcio empleó en ciertos momentos importantes en la creación de alguna de sus famosas ficciones. Por ejemplo el bastón de la madre del escritor, Altagracia Martínez; el smartphone en el que Soponcio escribió sus primeras microficciones; y otros increíbles objetos. Soponcio Martínez queda sorprendido por los relatos de Marco, le parece que son metaficciones del propio Soponcio. Soponcio ríe. Piensa que su compadre Cucharón Matías ha realizado un extraordinario trabajo al comercializarlo y mantener su anonimato. El creador saca unas monedas para darlas de propina. Marco mira profundamente al escritor y con la mejor de sus sonrisas dice:–Disculpe señor, no puedo aceptar. Conserve el dinero. Mejor tenga. Es cortesía de la casa.Soponcio toma el libro que le extiende el joven.–Léalo –dice el joven–, le va a cambiar la vida. Es la primera colección de cuentos de Soponcio. Soponcio inspira y verá que usted será un mejor hombre.El escritor se indigna y trata de liberarse de la absurda situación en la que se encuentra.–¿Sabes quién soy? –Dice Soponcio de manera enérgica.–No señor. Pero es un gusto conocerlo.–Soy Soponcio Martínez.–Lo siento señor –dice Marco con toda amabilidad– pero usted es el Soponcio número 25 de esta semana y le tengo que decir lo mismo que a los otros. Soponcio Martínez es una marca registrada. Si usted intenta lucrar con el nombre se verá en serios problemas legales.–Sí –dice Soponcio de manera mecánica, no esperaba algo así.– ¿Es usted profesor?–Cómo lo supo.–Por la gorra.–Pero yo... –balbucea Soponcio.–Hágame caso señor –dice Marco–. Usted me cayó bien. Lea a Soponcio y mejore su vida. Tal vez hasta sea un mejor docente, le hace falta a Huehuetla.Soponcio ya no habla, sonríe y se retira de la tienda en silencio con uno de sus libros bajo el brazo. Piensa que tal vez el joven tenga razón.




Más del universo literario del autor en:
http://issuu.com/teskatlipoka

viernes, 19 de abril de 2013

María Ibarra


EL RUIDO DEL AGUA

¿Qué hacés acá sentado con todos estos perros?, me preguntó una vieja.
Se me escapó un perro, contesté.
¿Estos perros son tuyos o los paseás?
Los paseo.
¿Y hace mucho que se te escapó?
Hace un rato, diez minutos.
¿Y qué hacés que no lo vas a buscar, hijo de Dios?
Es muy rápido, no lo voy a alcanzar.
Yo recién vi un perro comiéndose un gato. Un gatito, un bebé. ¿No será el tuyo, no?
¿Cómo era?
Era un monstruo. Quise llamar a la policía pero mi nieta odia a la policía y no me dejó. Tuve que salir a la calle, a respirar un poco. No sé para qué una cría una familia, para esto. Y ese perro ahí, dando vueltas, matando gatitos… parecía un animal de otro planeta.
Entonces debe ser él.
¿Y qué hacés acá sentado, querido? ¡Anda a buscarlo, es tu responsabilidad!
Tuve un presentimiento y corrí sin parar hasta el río. Vi a mi perro cerca de la orilla, ladrándole a la corriente luminosa. Tenía el hocico salpicado de sangre.
Mataste un gato, perro hijo de puta, le dije.
Era el gato o yo, dijo él.
¿Cómo? ¿Cómo que el gato o vos?
Era el gato o yo, volvió a decir.
Una fuerza, un ruido agitó el agua. Un ruido insportable que nos dejó sin palabras.





SENTIRES RAROS PERO COPADOS

Una vez me metí un perro entre pecho y espalda.
Se llamaba Tyson y su dueña me pidió que lo llevara a casa de una perra, para que la sirviera. Tyson estuvo de mal humor durante toda la caminata. No quiso entrar en la casa y tuve que llevarlo a rastras hasta el jardín.
No será puto ese animal, dijo el dueño de la perra, riéndose.
¡No soy puto!, gritó Tyson. ¿Por qué no te la cogés vos a tu perra?
La perra se revolcaba entre los canteros, mostrando la panza.
¿Cómo dijiste?
Dije que te la cojas vos a tu perra, gordo pelotudo.
¿Cómo? ¡A mí ningún maricón me falta el respeto!
Está bien, dije interponiéndome, Tyson está cansado, venimos otro día.
No voy a volver nunca, cójansela ustedes.
Tyson saltó la reja y desapareció.
Y justo Tyson le van a poner, flor de puto, se burló el tipo manoteándose el bulto.
Encontré a Tyson en la plaza del barrio, jugando con una banda de perros de la calle. Le hice señas con la correa y me ignoró. Uno de los perros se encaró conmigo en su lugar.
A ver si te llevás a tu perro de acá, que es un denso ese animal.
No creo que pueda. No quiere venir.
Tyson saltaba y tiraba tarascones en son de paz pero el resto del grupo se dispersaba, agotado.
Te vinieron a buscar, loco, andate de una vez, le dijo el perro que me había hablado.
No quiero irme, yo me quedo con ustedes.
Pero nosotros no te queremos. Volvé a tu casa, pajero.
Las casas están todas gastadas, ¡no tienen más nada que ver conmigo! Déjenme que me quede en la plaza por lo menos, no me importa que no me quieran.
Tyson, vení conmigo, le pedí. ¿Qué vas a comer? ¿Quién te va a curar si te enfermás?
Escuchalo a tu dueño y andate.
No es mi dueño, yo soy mi dueño. Tengo sentires raros pero copados. Tengo sueños sofisticados y un destino especial. Así que váyanse todos a la mierda.  Soy mejor que él y mejor que ustedes y me voy a quedar donde se me antoje el orto.
La jauría, despabilada por el agravio verbal se le vino al humo. Yo me tiré encima de Tyson y lo cubrí con todo mi cuerpo.
¿Qué hacés, boludo?
Te cuido, Tyson.
Yo me los banco solo.
Ellos también son especiales, te van a destrozar.
Lo imanté con mi olor y lo absorbí por los poros abiertos hasta encajarlo entre mis arterias.
No entiendo por qué hacés esto, me dijo ya más tranquilo.
Porque creo y siento igual que vos, le contesté, bancándome la paliza con su mismo orgullo.


CORRO, NO CORRO, DICE LA SANGRE


¿Quién me legitima? ¿Quién dice que vale la pena que abra la boca? ¿Que anote, que mire a los demás y anote? ¿Que saque conclusiones cada vez más en punta?
No es uno solo el que se adjudica mi permiso. Pero actúa como uno, un organismo. Por encima y por dentro de todos y es viejo como la sangre. Es el papá de la criatura.
¿Por qué entonces no puedo vivir al ritmo de mi propia sangre? Es una sensación, es discutible. Como el tiempo, la sangre corre como el tiempo, lento o rápido depende de uno, del fastidio, del cagazo.
Entonces pongamos que voy por detrás. Cansada, desfasada. El colectivo cada vez más despacio. La concha de tu hermana, chofer. Qué jodido ir por detrás de tu biorritmo, de tus necesidades. Miro por la ventanilla, qué despacio va todo. Menos los árboles. Los árboles corren independientes del velocímetro. ¿Qué será? El poder de la voluntad. Un principio subversivo, una magia. Estoy re cansada de la magia también.
Después llego donde sea que tengo que llegar, me siento de nuevo, o me paro. Hago lo que tengo que hacer. Espiada por la sangre que se queja de lo lento que voy. Qué poco progresaste. Qué mal que invertiste tu talento. Es culpa del colectivo de mierda, pienso. Y del poco permiso que me dieron. Es culpa de los padres. Del padre del colectivo.
No, me dice la sangre. No es culpa de nadie. Fijate bien, boluda, no hay nadie.
Es verdad, no hay nadie. Todo lleno de árboles y sin nadie.

viernes, 29 de marzo de 2013

Marilú Ferro


CUATRO ELEMENTOS

Una a una
las distancias que camino
simplemente
en ambiguos artificios.
Si supieras
como estallan mis oídos
dulcemente
entré en un trance perdido.
Sigo la ruta
un obstáculo me ha herido
sutilmente
cicatrizan los vestigios.
Si supieras
mi alimento no es la tierra
suavemente
a veces el aire tienta.
Y en el agua
se agudizan mis certezas
hábilmente
se van lavando mis penas.
Si supieras
que nadar no es mi destreza
lentamente
llegarías a mi esencia.
Poco a poco
el fuego extingue la niebla
raudamente
callarán mis emergencias.
Percibiendo
los elementos que vibran
cada cuerpo
es un mundo que camina.


BURBUJA

Leve, aérea, sutil
amiga del presente
sublime frenesí.

Conocer el fin
risueña agonía
por morir feliz.

Transparencia
instante, porvenir
efímera presencia
secreto de vivir.


IRREAL

Te acompaño a encontrarte con mi alma
ya verás, amiga, no hay peligros
al nivel del suelo, por debajo
o a la simple altura del conflicto.

Yo te vi regresar desde otro sitio
y no reconocí ya tu mirada
secuestré mi lado más sombrío
para entender, al fin, que todo pasa.

Lo irreal no tiene desperdicio,
¡qué mal conduzco yo entre la tiniebla!
y sin embargo, encuentro algo de alivio
es que así soy: ni tan mala ni tan buena.

Humanidad de los actos elegidos
y nadie puede huir de las opciones
yo sé qué dije o hice, yo decido
del amor, este soplo, en tu nombre.


QUIENES SOMOS

Quienes han estado dormidos
quienes han sabido callar
quienes han negado tres veces
quienes han podido torturar
quienes han sido derechos y humanos
quienes han buscado otra verdad
quienes han robado niños
quienes han vejado con crueldad
quienes han muerto en el exilio
quienes han festejado aquel mundial
quienes han sido detenidos
quienes han matado sin piedad
quienes han sido desaparecidos
quienes han perdido su identidad
quienes han caminado la Plaza
quienes odian hoy mirar atrás
quienes aún buscan a su hermano
quienes aún viven sin saber amar
es la secuela de treinta mil muertes
es la semilla de la triste humanidad
somos todos parte de lo mismo
de la memoria un testigo o un puñal.


AGUA

Vida de las vidas
en sintonía,
mostrando tus vertientes
tan pura y cristalina.
Te das sin aviso
limpiando todo mal,
fluyes en paz y cobijo,
conexión dulce y fetal.
Alivianas las cargas
en tu mecer infinito
o devastas, indicando
cada tiempo de peligro.
Un deseo he de pedirte,
reina de toda la tierra:
transfórmate en primavera
allí, donde bebe el niño
que no conoce la escuela.
Elemental y fresca,
poderosa y bendita.
Escurriéndote en las manos
como la vida misma.


MORIR DE RISA

Me miraste perplejo,
yo reía forzando mi garganta
fuiste testigo
de otra muerte de pie, la necesaria.

Ya había ocurrido,
aquel registro fiel de mi nostalgia
cayó rendido
para tu asombro, tal vez, era mi rabia.

Parecías desconfiado
mis argumentos no siempre son mi espejo
y disfrutarlo
es, a tu modo de ver, algo incorrecto.

Pero era tarde
y yo reía acabando con el resto
por otro inicio
resucitar es el momento más intenso.

Es la tristeza
el buen pretexto a tanta vida anestesiada
pero en mi alma
la tristeza se muere a carcajadas.

Ivan Rusch


Del libro inédito “El nido renunciado”

 

 


Córnea negra

 

 

Cebados los inquisidores castellanos en una ojeada,

 

un destello de lucidez prófugo que una negra triste dio,

 

esa de caderas de mármol, tierra mojada la carne,

 

esa la guerra civil de trayectoria vital,

 

raza anfractuosa,

 

a los castellanos subyugas con el ojo.

 

Porque son tus uñas de adobe, ribereña animal,

 

las que marcan, de verdad en verdad, la confluencia

 

del Uyacali con el Marañón. 

 

Rompe, córnea única, la pragmática geodesia castellana,

 

corre por su arteria como eres, como de ayahuasca, 

 

liberadora de memorias del caucho explotado. 

 

 

Sí, en algún siglo. Ya no dan las cuentas para llegar a la cifra, ¿verdad?

 

La certeza de los cuerpos desatados, señor. Ellos saben más. 

 

 

Arráncales la cabeza, córnea, como chancho salvaje

 

que el olvido ha transmutado en odio, desatina

 

los pasos de los bufeos, comanda sus tropas,

 

abre con sus lanzas de engaño

 

sus árboles de castellano vientre. 

 

 

 

A mí déjame esta gabarra, 

 

que río abajo buscará los anatemas de chamanes fusilados.

 

En la pólvora quemada ya los dragones de Iquitos. 

 

 

¿Señor?

 

Fusilen a los dragones. 

 

¿Señor?

 

Fusilen a los dragones. 

 

 

 

 

La indolencia de las casas

 

 

Qué puede uno contra una estampida de nubes, 

 

una bayoneta de grito, una sonrisa de caña y filo,

 

el ojo certero del mustio ministerio,

 

donde sor tras clérigo se suceden los cabellos del otoño.

 

Corre tras ellas, querido, dales caza. No llegarán hoy al Paraná.

 

Qué clase de discordante prisma

 

que busca una fractura

 

que desangre al hueso.

 

No la vida o la ópera, no la tragedia o la máscara,

 

sabrán olvidar todos que mi dolor,

 

como soprano sombra, como perro de agua,

 

degolló una vez los restos

 

que la poesía aun en su féretro guarda.

 

Fractúreseme la sangre, viértase por los laberintos del llanto,

 

que como sabueso imposible seguiré hasta las mismas raíces.

 

 

¿Sería más simple para ti conocer mi sonrisa?

 

Lo sería, pero, ¿Por qué? ¿Por qué no sonríes?

 

Pides demasiado. No tendrás sonrisa. Corre hacia el muelle.

 

Allí los marineros doblan el horizonte.

 

 


 

Naturaleza de los bergantines, carambolas de besos.

 

Quebraré el fino labio del horizonte. Indiferencia infinita.

 

Corro tras la liebre desollada, abro la vagina de la tierra,

 

aspiro el semen de los rosetones centinelas,

 

mino con lágrimas las estepas latentes. 

 

Ya es tarde. Cierro el pecho, la sonrisa en la telaraña

 

de la amargura ya una carta 

 

y de mi mano una guillotina.

 

 

 

El ser y la tumba

 

 

Yo que desarraigo los caminos echados a las lágrimas, que aflojo los tornillos de la luna, oxidada de parvos ojos, de gritos para arriba, de agua estancada en los osarios, yo que lato con el hígado en una pica, con los nervios cimbreados por las eras, ojeo la fiebre y la levanto del manual a la carne, levanto el rayo a la boca de la expresión, friso la soledad hasta la cerviz, muerdo mi puerta, pateo el aullido de las manadas, fluyo por la tinta amarilla, de enfermedad amarilla, verde o lapislázuli, ¿Acaso a los gatos en los umbrales les importa? ¿A los amantes por sangre expulsados? ¿A los que del día han hecho un nido? No. No interesa si dreno la leche de la cabra soberbia o si golpeo mis ojos con el séptimo signo de septiembre. Creer es fe ciega o amor que fluye. Ser es eso que besarán nuestros hijos en la boca de sus segaderas y sobre nuestras tumbas. 

 

                                                                                             -Amor es ceniza.

 

 

 

 

La taza del rey

 

 

Sobre el pecho arrugado la locura divide la sangre;

 

en su ojo izquierdo sulfura, como el azufre en vientres de lunas muertas,

 

la tristeza entera;

 

el derecho guarda la voz de la fibra real.

 

Han pasado los pastores húmedos con las lluvias sureñas

 

y acabaron ocultando los rostros entre la carne del rebaño:

 

no hay oro en los morrales ni gloria en las huellas:

 

tu yelmo yace hendido, fútil rey:

 

tus legendarias monturas han volado hacia la garganta del invierno,

 

donde raspa el anhelo de vino y de amanecer furioso.

 

Indivisibles las bocas dulces, que de tres en tres 

 

arrojabas al fondo de tu opalina taza, serigrafiada con ríos y cabellos:

 

pozo demencial hacia donde rodaban las cabezas que tu amante más fiel, el verdugo,

 

supo desprender de tan preciosos cuerpos.

 

No me recordarás, ni mi canto:

 

vengo de más allá, de tus días rampantes y tus horas afiladas,

 

de la tierra que violaste con tu impulso de toro liberado:

 

soy de esa sangre que no es mía pero que mancha mis ojos:

 

observo tu descenso infernal con los dedos en nudo.

 

Pasados los años y las murallas, conservada la bravura como vegetal deshidratado,

 

te ves, gris, subiendo hacia tus labios tu última taza

 

en cuyo fondo reposan los fragmentos de tu memoria:

 

Tiembla la mano real y la taza cae. La rodilla ha besado el cielo.